No es necesario que amanezca para saber lo que harán: saludarán al portero al que llevan una vida ignorando, sonreirán en el ascensor frente a esa vecina que no soportan, entrarán a la oficina y por primera vez dirán ‘por favor’, abrazarán a su corte de aduladores y peinarán su ego por días, semanas, meses enteros. Celebrarán.
Pasaron casi siete años esperando el día que despierta para ellos hoy. Ganaron. Y no de cualquier manera. Les dedicó su tiempo un hombre como José Pékerman, que fue siempre prudente, leal, decente. Les dijo a ellos, frente a todos los micrófonos del país, que le causaron una “decepción muy grande”, que lamenta ” el tiempo que han perdido hablando de cosas porque le han hecho mucho daño a la Selección”, que no iba a revelar la razón de su adiós “menos en su cadena”.
Incluso dedicó unas líneas a quienes, sabiendo que él seguía siendo el entrenador de Colombia, acudieron a la estrategia burda del lobby público: “No voy a ningún lado cuando estoy sin trabajo, no hablo con otras selecciones, mi asistente no atiende a nadie porque le corto la mano”.
El día de la despedida, que iba a llegar tarde o temprano pero que merecía la altura con la que trató siempre el entrenador a su equipo, se fue en respuestas desencajadas, rabia contenida, indignación, impotencia, dolor puro y duro. Se notó, de nada sirvió disimularlo.
Y era una ocasión para agradecer, para decir, con esa sonrisa con la que comenzaba la última rueda de prensa, que el lazo que ha tejido el más colombiano de todos los argentinos -después de Gardel- no iba a quebrarse nunca.
Era el día para decirle que su herencia fue recuperar para este país el orgullo de vestirse de amarillo; que no es más una frase de cajón la historia esa de la ‘familia’ de la Selección porque su lección fue enseñarnos a cuidarnos unos a otros, a entendernos, a ser solidarios, así como somos en casa; que logró probarnos, como nadie más, que nos asiste el derecho legítimo a pelear por títulos y no por esporádicas victorias porque somos tanto o más buenos que otros, porque somos uno, porque somos Colombia. Nos deja un equipo y no una suma de talentos. ¡Casi nada! Pero esta vez, como siempre, no fuimos capaces de decir lo correcto.
Los desaciertos y los desencuentros son materia prima y no necesariamente condenas. Los hubo con Pékerman y los habrá con quien venga. Habría que dejar de temerle tanto al error.
Ahora nos damos el lujo de perder a uno de los mejores entrenadores que tuvo Colombia y le negamos el derecho que se ganó a una revancha en una Copa América o en un tercer Mundial. Lo arrinconamos, le mandamos señales de despido en todos los idiomas y ahora ponemos cara de luto. Pocos talentos como el colombiano en el arte de la manipulación.
Nos haremos cargo e imploraremos desde hoy y no en diciembre por un sucesor suficientemente digno. Entre tanto, algunos diremos ‘gracias’, mientras otros, huérfanos de poder, preparan su cena. Hemos vuelto a encontrar una excusa para dividirnos. Nada nuevo bajo el sol.