Opinión

Infidelidad o ingratitud

Generalmente cuando los jugadores deciden cambiar de camiseta terminan siendo señalados.

14 de julio 2015, 12:49 p. m.
Llenan páginas las historias de vínculos rotos de futbolistas con sus clubes, a los que juraron amor por siempre. Asunto de conveniencias, dinero y debilidad de sentimientos.
La memoria dice que a Luis Figo cuando cambió al Barcelona por el Madrid, lo agredieron con ferocidad, al punto de lanzarle una cabeza de cerdo, cuando se aprestaba a cobrar un tiro de esquina. La iracundia catalana no tenía límites.
Por la misma época, 2001, Édison 'Guigo' Mafla, jugador de Santa Fe, contra el América, infló el pecho y besó con pasión la camiseta después de un gol apoteósico para el triunfo. Dos meses después, con arrebato conmovedor, hizo lo mismo, pero esta vez con el América, frente a su anterior equipo.
En cuestión de romances con los ídolos, a la hora de definir territorios, el aficionado no permite fronteras entre el amor y el odio. Lo hace a “sangre y fuego”, si es el caso. Cuando el futbolista da la espalda, sin importar razones o justificaciones, muerde el hincha, sin soltar la presa, porque tiene rota el alma, lo que no admite perdones.
Ingrato, desleal y traicionero, le gritaron en las redes incendiadas a Camilo Vargas cuando se marchó de Santa Fe a Nacional. Lo mismo sucedió con Macnelly Torres, a quien los hinchas del Junior señalaron por cambiar de colores y de equipo.

A Daniel Torres, estandarte y líder, con picos altos emotivos en el Santa Fe campeón, le reprobaron la elección de su camino, en un juicio público inapelable.
Como profesional que es, el futbolista no tiene el rumbo definido. Hoy aquí, mañana allá, bajo lo que dicte el dinero con sus jugosos contratos.
Compleja trama esa entre el hincha, que no perdona infidelidades, que ama, salta o insulta y los futbolistas errantes, que poco entienden de amores duraderos, de símbolos, de colores y de escudos, juegan, cobran, se marchan y olvidan.
Viajan los deportistas de un lugar a otro, atrapados por empresarios ambiciosos y jugosos contratos, pero con un gran vacío en su interior, el que intentan llenar con los regresos nostálgicos a sus clubes base, cuando ya el cuerpo no está para desgastes o faenas exigentes. La discusión es y será eterna.
Esteban Jaramillo Osorio
Especial para Futbolred
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