Eder Vergara estuvo en su peor momento en el juego Cali-Santa Fe y vale, todos hemos alguna vez hecho mal nuestro trabajo sin tener ese objetivo: hay malos días y eso no es exclusivo del arbitraje. Lo terrible es ver que el VAR, un elemento que tendría que ayudarle al árbitro a solucionar sus dudas, se convierte en una manera más de dar un paso al abismo.
Porque Wilmar Roldan en Jaraguay también quedó en medio de la incertidumbre y Andrés Rojas en Bogotá alguna vez casi se queda a vivir en medio de la grama. Tanta ineficacia se ve mejor reflejada en el método de aplicación de justicia, que en este caso es relativa porque, y vale la pena recordarlo, no todos los encuentros de liga tienen VAR.
Ya la cuestión parece crítica desde cualquier lugar en el que haya un sistema de VAR: vale la pena imaginar la cantidad de tiempo que se perdió en decisiones de este tipo en medio de la disputa de las eliminatorias hacia Qatar 2022. Perfectamente ante cualquier llamado del réferi, bastante tiempo costaba llegar a un punto de acuerdo y en ese lapso, bien podía ir uno a hacer un lomo al trapo porque las detenciones eran eternas y las decisiones a veces tampoco parecían tan sensatas como para que hubiera una justificación frente a la incesante demora: un caso puntual fue el tanto anulado a Venezuela (de Herrera) ante los paraguayos. Y así podríamos seguir enumerando más y más.
Porque en Inglaterra, que es el lugar en el que la mayoría de las veces este desastroso sistema de justicia ha sido algo más fiel a la realidad, de repente nos encontramos con que la ley está por encima del juego y deberían ser complementarias: en el tanto de Henderson, que suponía el 2-3 para los de Jurgen Klopp frente al Everton, se sanciona un offside que le cuesta ver hasta al hombre biónico. En una circunstancia sin tecnología seguro era gol, pero otro de esos extraños efectos secundarios que genera el VAR es volverse adictos a la minucia. Situación similar se presentó en un duelo Alavés-Elche en la que también el veredicto se dio por un pelo -un pelo de los míos, es decir, inexistente- igual que pasó en medio del Betis-Real Sociedad, que desató la ira del chileno Manuel Pellegrini.
Y es ver al árbitro mandarse la mano al auricular, como si se tratara de Juan Luis Guerra grabando una canción en donde uno ya siente que todo se frena, que la dinámica se acaba, que todo está robotizado. Y que al final ni siquiera la bendita tecnología es capaz de aclarar lo que parece oscuro.
El VAR seguirá presente y eso es innegable, pero no sé si la sensación de justicia se esté dando con tanta frecuencia como en el instante en el que se decidió dar luz verde al más grande mamarracho que ha ingresado al fútbol porque le arrebató el sentido del juego a este deporte.