El don de la ubicuidad es uno de los que más se necesitaría en Doha, en especial cuando las programaciones de los partidos venían escalonadas, es decir, en el instante en el que cuatro duelos estaban inmersos en medio de esta parrilla apeñuscada y colérica que planteó inicialmente el calendario. Es que, claro, quisiéramos ir a todos y la mente va trabajando para saber si uno sería por lo menos capaz de ir a dos.
Lo que pasa es que hay que trabajar también y a veces los programas de radio, las columnas, las transmisiones, quedan también metidas en esa agenda individual que debe ceñirse a saber cuáles serían las posibilidades reales de estar presente en cada uno de los encuentros que hacen parte de la primera fase en Qatar, un país que sí que pone a trabajar la relatividad.
Es que así como funcionalmente todo parece cerca, al final también todo está lejos, parafraseando aquel título de la bella película de Win Wenders. Esta nación que gastó una fortuna en hacer una Copa del Mundo no escatimó mucho en esa opción de ser ahorrativos y de hecho casi todas las líneas de metro -en una pasada columna hablé de Msherib, que es como el corazón en el que confluyen todas las arterias de este pequeño pero eficiente entramado de transporte- tienen una buena conducción hacia las sedes y estadios del campeonato.
El mapa para transportarse es sencillo y si el tiempo decide hacernos una zancadilla -que es una cosa muy habitual en los Mundiales- hay que recurrir a otras fórmulas: Uber o taxi, pero ahí emerge de nuevo la relatividad en el paisaje porque el tráfico en horas pico puede ser bastante pesado y los semáforos tienen una extraña particularidad: no recuerdo semáforos más demorados que kos de Doha. Cuando se avizora la larga fila de luces rojas por la via y el color pasa de verde a rojo, perfectamente pueden pasar entre 5 y 7 minutos mientras de nuevo el semáforo da nuevamente paso a la vía que estamos transitando.
Por ejemplo, para llegar al estadio Al Janoub se debe llegar hasta el paradero final de la línea y ahí, al bajarse, aparece una estación de buses que va llevando hinchas en sendos vehículos que parten a veces sin estar llenos por completo. Poco a poco el embudo se va haciendo, más cuando han concluido los 90. En el estadio Khalifa -el más antiguo de los usados para jugar el torneo- la salida para el encuentro Senegal-Ecuador fue tan caótica como siempre en cualquier estadio del mundo. Las autoridades han organizado espasmódicos turnos de tránsito para aquellos que ingresan al metro y como es lógico se causa algún retraso, pero y a pesar de salir con dos horas de diferencia pensando en el siguiente encuentro de la programación, salir del lugar tomó hora y media.
La última prueba de fuego fue ocupar un bus de la FIFA, donde la prensa acreditada puede abandonar un estadio sin meterse en medio de la muchedumbre y llegar hasta el IBC, porque la idea era después de ir al partidazo Serbia-Camerún, alcanzar a pasar por Ghana-Corea, que se jugaba en el Education City, bastante próximo al centro de transmisiones donde todos los medios están reunidos. Sin embargo, desde Al Janoub al IBC el viaje tomó 45 minutos -cuando apenas una hora distanciaba los partidos que se jugaron en primera fase-. De ahí había que salir del IBC a la estación de metro para tomar uno y llegar al estadio tras dos detenciones del tren. Las cuentas no dieron porque aunque todo está cerca, pareces más lejos que nunca. Cuando iba a tomar el metro hacia Education City, ya Ghana iba 2-0 arriba y el cronómetro estaba sobre los 35 minutos de juego.