Fue un sueño sin final feliz pero un sueño al fin. Después de 23 años, Colombia volvió a ser protagonista en el continente, superó el complejo de entrar a la cancha perdiendo contra el color de la camiseta del rival y de una vez y para siempre cambió el discurso de la 'buena presentación' por el de 'pelear el título'. El traje de favorito por fin le ajusta.
El camino se escribió sobre cada desazón, cada frustración, cada talento que acabó sacrificado en procesos que una veces carecían de ambición y otras de sintonía y, aunque duela decirlo, de madurez. Lo que nunca faltó fue materia prima, lo que siempre se extrañó fue este nuevo rasgo de protagonismo y convicción, esta valentía para mirar a los desafíos sabiéndose suficiente.
El balance es una cadena de aciertos: el de la apuesta por un entrenador de nula experiencia pero amplio conocimiento de la generación de futbolistas que iba a manejar, el de las segundas oportunidades para los que mordieron el polvo de la eliminación en Catar 2022 y entendieron cómo, por qué y para qué levantarse, el de las nuevas figuras que saben hacer la fila, con paciencia y sin pataletas, hasta ganarse lo suyo en el campo, cuando y como deba ser.
Es verdad que sin la terquedad de Lorenzo, James no sería el mejor asistente de la historia de la Copa América, Dávinson Sánchez no se habría levantado de las cenizas en las que vivió sus últimos meses en Inglaterra, Camilo Vargas no estaría probando que siempre lo tuvo todo para ser el plan A, Rafael Santos Borré no estaría luchando por demostrarse lo útil que puede ser tras el gris cierre de la aventura en Alemania.
También lo es que sin su atrevimiento para apostar sin miedo no disfrutaríamos la revelación de Richard Ríos, la frescura de Kevin Castaño, la certeza de Jhon Lucumí o Daniel Muñoz, la voracidad de Jhon Córdoba, la promesa de Yaser Asprilla o Jhon Durán. Son esas piezas, sumadas a las ya conocidas verdades que eran Lerma, Cuesta, Mojica y claro, Luis Díaz... una de las pocas piezas que aún no acaba de entender para rodear mejor en el futuro.
Pero sin la decisión de todos esos brillantes jugadores de seguir luchando, de negarse a fracasar una vez más en su ambición de irse de la Selección con un trofeo en las manos, de pedir ayuda para salir del fango y volver a sentirse futbolistas de élite, nada de este sueño sería la mitad de lo real que es. El fútbol está y estará siempre en sus manos y así lo reconocen desde Guardiola y Scaloni hasta Lorenzo.
Colombia perdió el título que fue a buscar a Estados Unidos pero ganó lo que tantas otras veces sembró su espíritu de decepciones: jerarquía. Jugando bien ganó, jugando mal también, siendo consciente de sus defectos se impuso y aprendiendo a batallar cuando las circunstancias lo exigieron se hizo respetar. Creció.
Las Eliminatorias el Mundial 2026 serán un trámite y no un objetivo y eso se lo tendrán que decir a la cara, en familia. Ya no están para celebrar los cuartos de final de nada, ahora están para ganar, sin complejos, sin miedos, sin dudas. El enemigo, felizmente, por fin está afuera.