Miércole: el sueño de alguien tan enfermo como yo se está cumpliendo. Enciendo el televisor a las 9 am y me encuentro con la transmisión de un partido entre Lecce y Sassuolo, válido por la Copa Italia. Claro, me quedo pegado a la pantalla pensando en esos tiempos en los que era imposible saber que ambos clubes existían de no ser por los resúmenes que algún noticiero se dignaba a pasar. Son 90 minutos completos, ahí, al frente mío en uno de los estadios con uno de los nombres más bonitos en la historia: Via del Mare.
Sassuolo, que recientemente se fue a segunda, pega el batacazo y se va ganador 0-2. Ya es hora de hacer más cosas: tengo que escribir columna, hay que preparar programas en radio y más tarde, cuando llegue vía whatsapp, repasar la continuidad del programa nocturno de TV. Me levanto de la silla y de repente salen al campo Cagliari y Cremonese. Me siento de nuevo a observar un bodrio catedralicio que se destraba con gol de un clásico como Lapadula. Me entero que va Sevilla-Valladolid por otra señal y sintonizo de inmediato a ver cómo está el asunto.
Es hora de ir al trabajo y allí aparecen tres pantallas: una apunta a ver el Santiago Bernabéu renovado y al blanco disputar una estación que no parece sencilla -y que al final termina siéndolo durante 85 minutos- frente al sorprendente Alavés; en la otra, Manchester City sale a jugar la EFL Cup ante el Watford, el equipo del que supe de su existencia por Elton John.
De repente estoy con tres pantallas y, por si las moscas, la aplicación abierta para ver otro juego que den, así termine viéndolos a medias. Es una especie de gula incontrolable, insaciable que se potencia con la Libertadores y la Sudamericana: River-Colo Colo y Corinthians-Fortaleza en el menú. Doy un golpe de zapping antes y me encuentro con un juego entre Barranquilla y Atlético Huila y recuerdo que el Deportivo Cali tendrá que salir a jugarse la vida en la Copa ante el aguerrido Fortaleza…
Así son todos los días: fútbol, fútbol, fútbol hasta hastiar. El espectador debe quedar ahíto con tanto banquete bueno y malo que hay a diario en esta barra libre de contenido que parece no detenerse.
Pensaba en ese sueño de niñez en el que el partido que quisiera ver se pudiera observar, mientras me conformaba con un partido atrasado de la Bundesliga -y ni siquiera completo porque era un compacto que transmitía el siempre inmortal Andrés Salcedo- los jueves y los viernes un encuentro -también con delay- de la liga argentina. Era lo que había.
El exceso de partidos de fútbol ha dejado ya dos víctimas ilustres: Rodri, que insinuó una huelga antes de romperse los ligamentos durante el Manchester City-Arsenal y Marc André Ter Stegen, con esa impresionante imagen de su rodilla descolocada. Los jugadores se quejan de los calendarios excesivos pero ahí continúan armando torneos más grandes, con más equipos, con más desgaste y con menos posibilidad de ver un espectáculo medianamente decente.
Hay que cuidarse de los sueños; pueden convertirse en terribles pesadillas cuando se cumplen.