Rumbo a tercera

Opinión de Nicolás Samper sobre el descenso de Deportivo La Coruña en España.

Nicolás Samper

Columnista Futbolred

Foto: A. particular

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21 de julio 2020 , 11:51 a. m.

Feiraco en el pecho y una aparición de esas que llenó de aire ese mundo de duopolio Madrid-Barcelona. Era el Deportivo La Coruña de Arsenio Iglesias que emergió de la nada para empezar a darle cocotazos a los que se atrevieran a decir que no, que si por algo se conocía La Coruña es porque Riazor fue sede del Mundial 82 y pare de contar.


El equipo se fue conformando con remanentes de otros lugares: Donato, que había estado en el dificultoso Atlético Madrid, Voro, Paco Jémez, Fran, Mandarín, Bebeto, Mauro Silva sumado a los que la venían luchando desde atrás. Djukic, Liaño -difícil encontrar un arquero más noventero que el uno de La Coruña en esos tiempos- y demás fueron segundos por aquel partido contra el Valencia y ese penal que a Djukic le tocó patear. Donato, en teoría el encargado de patear pero que no estaba en cancha, contaba en su biografía que parte de la posibilidad de soñar con un título en el club se debió a la fortaleza y unión del plantel y a que Arsenio Iglesias, su entrenador, era una especie de padre, para lo bueno y lo malo. Él era el que apagaba la luz del cuarto de todos los jugadores para que se fueran a dormir.

El desfile de cracks deslumbró a Riazor. Y sus buenos resultados también aunque jamás podían llegar al punto máximo de levantar un título de liga -porque la Copa del Rey sí se la llevaron en el 95- hasta la temporada 1999/2000 con un equipazo que tenía a Songo´o, el camerunés émulo de N´Kono, Naybet, Conceicao, Djalminha, Makaay. Vendría el centenariazo, aquel inolvidable triunfo en la final de la Copa del Rey contra el Real Madrid en pleno Santiago Bernabéu en la final de la Copa del Rey dos años después.

Con algunos cambios luego llegaría el horripilante debut en la Champions 2003/2004 cuando entre Prso, Morientes y Giuly destruyeron a Munúa y recibieron el 8-3 inolvidable pero que no fue suficiente como para quitarle determinación a ese club que, luego de esa humillación, decidió enviar al fondo del cuarto de Sanalejo aquella camiseta de visitante usada para ese encuentro en el estadio Louis II: era de franjas naranja, blanca y azul. Los de Irureta se sacudieron la polvareda y alcanzaron semifinales donde el Porto de Mourinho terminó frustrando sus posibilidades de pensar en la final.

Y ahí es como si el encanto se hubiera ido apagando: peleas por el descenso, graves problemas económicos, relegación a segunda y el infierno de raspar y raspar el ataúd para tratar de salir y ver que no solamente hay que quitar la tapa de madera, sino que cientos de kilos de tierra hacen más difícil la labor.

La Coruña salió a jugarse su permanencia en segunda el fin de semana que pasó y ni siquiera pudo tratar de esquivar lo inevitable, que fue el descenso a tercera: el Fuenlabrada, su adversario en la fecha más dura de todas, no pudo jugar porque el Coronavirus se ensañó contra su plantel. Había que oír radio para saber si Lugo y Albacete eran capaces de ganar sus respectivos duelos. Y cuando llueve sopa y hay un tenedor en la mano la ecuación era simple: ganaron Albacete y Lugo.

Hoy tristemente La Coruña no me lleva a pensar en fútbol; solo a una marca de muy buenas conservas.

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