Russo, por Nicolás Samper C.

El entrenador argentino vive un buen presente en Millonarios, que se ilusiona con el título.

Nicolás Samper, columnista invitado.

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Foto: Archivo Particular

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22 de noviembre 2017 , 04:08 a. m.

Era talentoso pero le tocaba resguardarse en un pertrecho para que no hirieran a los suyos. Como jugador fue de una inteligencia descomunal porque él, que en esa banda de Estudiantes de la Plata de 1983, era el encargado de hacer el trabajo sucio por todos. Para poner un ejemplo más reciente, Russo era algo así como el Makelele de aquel Estudiantes fantástico que brillaba por sus genialidades pero que daba lecciones tácticas de gran valía en aquellos duelos contra Independiente. A Russo le tocaba ser la muralla porque delante de él lo que sobraba era talento: Alejandro Sabella, Marcelo Trobianni -con paso posterior en Millonarios- y el genial 'Bocha' Ponce -también estuvo por acá jugando para Junior y Unión Magdalena- eran sus compañeros en la línea media. ¡Muy jodido porque todos eran mediocampistas ofensivos que se esmeraban por ubicar en posición de gol a Trama y Gottardi. Y él, callado y vestido de pac-man iba a cada una de las pelotas rifadas y por lo general las ganaba siempre.

Como entrenador también priorizó la táctica por sobre el lujo. La primera vez que supe de Miguel Ángel Russo sin estar vestido de cortos fue en Lanús, cuando Lanús no era finalista de Copa Libertadores sino un club de barrio estancado en la segunda división y que peleaba por recuperar un espacio en el fútbol de los domingos -claro, cuando domingo era dedicado al fútbol de la A, ya hoy los calendarios hacen que todo sea un mamarracho-. Era la temporada 89/90.

En ese banco técnico Russo volvió a llenarse las piernas de lodo como en sus viejos tiempos de futbolista: así, al pasar la mente había nombres buenos en ese Lanús: Kuyumchoglu -el volante de aquella selección Argentina juvenil del 85-, Giuntini -el central que luego estuvo en Boca-, un uruguayo chiquito y de gran pegada llamado Gilmar Villagrán y el arquero Ojeda -víctima de aquel gol imposible de Roberto Carlos en un Tenerife-Real Madrid-. Con ellos volvió a primera cuando, repito, Lanús no era el de hoy. Y creó un equipo infranqueable, sin grietas y que al final pudo obtener objetivos que iban más allá de sus posibilidades reales.

Hoy en Millonarios Russo ha tenido paciencia porque su equipo no cuenta con tanto poder nominal como sus adversarios y aún así realizó una buena campaña con herramientas no tan mediáticas pero a las que les supo encontrar el norte: Jair Palacios, por ejemplo, que está en un nivel más que bueno en un puesto en el que Millonarios ha sufrido mucho, David McAllister Silva, de comienzo errático con la azul pero que hoy es indispensable en el colectivo, Ayron Del Valle, capaz de confirmar que lo que le faltaba era algo más de vitrina para sus anotaciones no tan valoradas en otros clubes. Eso sumado a un fichaje silencioso pero de rendimiento bueno -el uruguayo De Los Santos- y a la consolidación de hombres que venían de otras administraciones como Cadavid y compañía hacen que en Millonarios exista la sensación de que ya haya un equipo.

Y el mérito, además de los futbolistas que supieron aprovechar la oportunidad, también es del entrenador. El mismo que sonríe con gigantescos dientes blancos, que grita los goles como si fueran los de la final de un Mundial y el mismo que de a poco pudo consolidar una idea y una base, como lo hiciera en aquel Lanús del 90.

Nicolás Samper C
Twitter: @udsnoexisten

Nicolás Samper, columnista invitado.

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Foto: Archivo Particular

Redacción Futbolred
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