'Saúl Cruz y el arte de la simulación', por Nicolás Samper

Nicolás Samper, columnista invitado.

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Foto: Archivo Particular

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07 de junio 2017 , 02:27 a. m.

Si el subsecretario del senado fuera futbolista hoy la Dimayor ya le tendría lista la sanción: dos semanas por fuera y 44 millones de pesos pagaderos lo antes posible. Por simular una agresión. Y esa indignación que produjo su acto -para el que no lo vio, el hombre dijo haber sido agredido por un camarógrafo de Noticias Uno que estuvo a punto de provocar un veto a este medio para hacer cubrimientos en el Congreso hasta que las cámaras y la grabación hecha por el “camera man” demostraron todo lo contrario- es el que se está penando en el fútbol porque es acudir a las malas artes, a la trampa para sacar algún beneficio.

Por eso tan caro el valor de la infracción: porque es inducir al error de los que están impartiendo justicia y que justos paguen por pecadores. En el fútbol es una moneda común eso de inventarse un balazo en la pierna para hacer echar a otro desde tiempos remotos.

Es del antiguo testamento eso de arrojarse a la pileta en el área para provocar un penal inexistente. Me acuerdo de Neymar -que cuando se concentra solo en jugar es un crack- capaz de hacer una coreografía impecable, digna de equipo olímpico de nado sincronizado, cuando siente un rival muy cerca de su marca cuando pisa las 18. Cierra los ojos y se deja derrumbar haciendo cara de drama, como si alguien le hubiera arrancado un pedazo de vida. Luego, tras el engaño, se levanta con sonrisa pícara y choca las manos con algún compañero porque pudo pergeñar el crimen perfecto.

En Colombia había un delantero experto en eso de sentir un leve roce y convertirlo en un accidente automovilístico: Víctor Lugo se llamaba y jugó en el América y la Selección Colombia. Yo no sé cuántas veces en mi niñez lo vi lanzarse a la piscina y cuántas veces los árbitros se comieron esa pantomima y lo favorecieron con la expulsión de un adversario o con un penal a su favor. Víctor Aristizábal, en tiempos más recientes, supo echarse el chapuzón más perfecto ante Cancelarich en el 95, en una fresca noche de Copa Libertadores frente a Millonarios.

Aún nosotros, si es en el fútbol, lo vemos como un acto de viveza. En Inglaterra un día se aburrieron de tanto show y empezaron a castigar duramente a los infractores, primero porque estaban timando a todos y la gente no estaba pagando por ver una obra de teatro sino para ver un juego y segundo, porque ese era un factor que podía prestarse para generar violencia en las graderías y porque además hacía lento al juego mismo: eso de detenerse a ponerle curitas a cada jugador que se bote al suelo adormece todo.

Pero no era solo con dinero que les descuadraban la caja. También había una sanción social: cada vez que un comprobado simulador iba a cualquier estadio era pitado y silbado en el momento que tenía la pelota en su poder. Y no era un rato: eran 90 minutos de acoso para hacerle entender que era un idiota.

Y en eso la tecnología ha dado una mano, hay que decirlo, porque de pronto sin cámaras nunca hubiéramos sabido que Darío Rodríguez, Didier Moreno y Johan Jiménez buscaron engañarnos. Igual que Saúl Cruz.

Nota: Marcos Coll fue el único hombre en el mundo capaz de hacer un gol olímpico en un Mundial de fútbol. Y a Lev Yashin. Paz en su tumba.

Por Nicolás Samper C.
@udsnoexisten

Nicolás Samper, columnista invitado.

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Redacción Futbolred
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