Verlo dan ganas de llorar. Verlo varias veces hace sentir tristeza. El remate no fue tan fuerte pero sí preciso. Medio viboreante para que el arquero se complicara. Hamburgo, el club que en su estadio tiene un reloj que marca su tiempo en primera división -jamás ha descendido a pesar de los peligrosísimos coqueteos de las últimas temporadas- empezaba su duelo de arranque en Bundesliga con muchas ganas de sacarse de encima esa pérdida de grandeza de los tiempos recientes y el Ausburgo era el adversario con el que debía comenzar bien la racha.
Desde un ángulo difícil para anotar recibió el balón Nicolai Mueller disparó de zurda y Marwin Hitz -el canchero arquero del Ausburgo, que alguna vez anotara un gol en el torneo y que le hiciera fallar a un rival una pena máxima destrozando con sus taches el punto penal sin que el árbitro se diera cuenta- vio cómo ese jabón propuesto por los piques de la pelota, que no parecía de fútbol sino de ping.pong traicionaban sus manos. El balón estaba adentro y Mueller -innegable pensar en ese apellido, más allá de la “E” extra y no evocar imágenes de grandes delanteros- salió corriendo, pletórico porque temprano, 8 minutos de juego, su club, tan castigado, tan caído en desgracia, tan acostumbrado a mendigar un punto ante tanto poder que a su alrededor exhiben Bayern y Dortmund, sentía que el aire entraba de nuevo a sus pulmones para encarar con dignidad un torneo que aunque saben que no es para ellos, no quieren abandonar nunca.
Entonces fue correr como alguna vez nosotros hemos querido correr detrás del que nos va a hacer feliz durante una semana con un gol para abrazarlo, para decirle cara a cara que ese gesto es un poco la salvación de nuestros naufragios personales durante 7 días, para agradecerle por tanto porque un gol en estos tiempos es muchísimo. Corría y sus compañeros detrás de él: dio un giro en el aire, una vuelta inofensiva, casi de ballet para dummies. Tantas veces he visto esa vuelta en un estadio, en los resúmenes de los goles, en aquel que en fútbol 5 con panza, gordo y enguayabado hace un gol… y justo la vida quiso que al caer el destino le corriera la alfombra al caer al pobre Muller. Pisó y gritó, como si hubiera sentido ese maldito sonido que frustra trayectorias y que cambia los baldosines de un camerino por los del quirófano. Sus coequiperos saltaron sobre él, que ya no cantaba, sino que rompía el canto de gol con sus alaridos de dolor que empezaron a contaminar la banda sonora de la felicidad que estaba sonando en el Volksparkstadion. Ahí todos se dieron cuenta de que algo grave había pasado. Fue el médico e hizo el gesto de las manos a lo asadero de pollos para decir que Muller no iba a poder continuar. El dictamen médico fue contundente: seis meses por fuera porque el ligamento cruzado de la rodilla derecha no soportó tanta alegría.
Dudo que este año haya un gol más triste que el de Mueller.

Nicolás Samper, columnista invitado.
Foto: Archivo Particular