'Chato' Velásquez y el deber de ser árbitro, por Nicolás Samper

La historia del réferi: recibir aprietes de jugadores e irse en silencio si hizo bien su trabajo.

Nicolás Samper, columnista invitado.

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Foto: Archivo Particular

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29 de junio 2017 , 12:17 a. m.

La última vez que lo vi salió al campo, chaparrito y juicioso para impartir justicia en un partido amistoso en Bogotá. Ahí se dio una de esas patadas que no causó indignación sino risa y un par de aplausos: Gerardo Bedoya, uno de esos abonados permanentes a jugar bordeando la cornisa así sea en un amistoso vio la pelota y fue al cruce, fuerte, como lo supo hacer en todos los clubes que jugó. La siguiente imagen es unas piernas dando vueltas por los aires y un calvo aterrizando torpemente en el césped por cuenta del viajado del volante nacido en Ebéjico. Su víctima había sido Gianni Infantino, presidente de la FIFA. ‘Chato’ Velásquez había pitado los tres primeros minutos de juego y desde la tribuna se unió a la carcajada general: es que Bedoya fue el único en tumbar a un presidente de la FIFA por sus propios medios.

La imagen que siempre se queda en la mente del ‘Chato’ Velásquez es esa, en medio de la oscuridad del estadio El Campín, con un ojo cerrado por cuenta de la golpiza que le propinaron los futbolistas del Santos brasileño al haber expulsado a Pelé en aquel partido entre la Selección Preolímpica de Colombia y el equipo de Vila Belmiro.

Fue de esos pocos árbitros que expulsaron en un campo de juego. Furioso porque consideraba que Pelé debía irse expulsado sin importar esa inmunidad con la que a veces cuentan los ídolos, vio que su decisión no había sido tomada en serio y que iba a regresar a la cancha en medio de las ovaciones de los hinchas desde los cuatro costados. Entonces se dejó atender las heridas que tenía y se fue raudo a la estación de policía de la calle 40 con carrera 13 para poner el denuncio respectivo contra todos los que le habían convertido la cara y el cuerpo en una masa amoratada e informe. La cara de la delegación brasileña cuando llegaron al aeropuerto para devolverse a su país fue única: todos blanquearon los ojos pensando en que el ‘Chato’ no los dejaba invictos e impunes. Tuvieron que devolverse para arreglar sus cuentas con la justicia.

Ser árbitro y sentirse solo como el ‘Chato’ en la comisaría. Esa es la imagen que queda siempre del tipo que nadie quiere en la cancha y al que le toca hacer el trabajo sucio. Es el que debe cargar las culpas de todos. Ahora a ellos, a quienes les sobran enemigos les toca cargarse un enemigo más en contra de sus propias virtudes: el VAR, ese que los hace dudar y los deja listos para ser carne de leones bis.

Esa es la historia del réferi: salir corriendo en tanquetas, esperar tres horas dentro de un camerino ante una turba que los quiere linchar, enfrentarse a un hincha que, inconforme e intolerante, entra a la cancha a pegarle y nadie lo defiende, recibir aprietes e insultos de jugadores, dirigentes y fanáticos e irse en silencio si es que hizo bien su trabajo.

El ‘Chato’, que siempre hizo bien su trabajo, no se fue en silencio. De ahí su gran valor como personaje del fútbol.

Por Nicolás Samper C.

Nicolás Samper, columnista invitado.

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Foto: Archivo Particular

Redacción Futbolred
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