En los años ochenta era imposible quitarse de encima a Hernán Silva, el árbitro chileno que era tan poco amigo de los equipos colombianos. Silva había pitado la famosa final en Santiago de Chile entre Peñarol y América en 1987 que los rojos pierden con un gol de última instancia de Aguirre. Luego la Selección Colombia también padeció al réferi engominado y soberbio una tarde en el Defensores del Chaco en la que volcó el partido hacia una selva inhóspita para los de Francisco Maturana. Obvio, ese día Colombia perdió 2-1 por un penal de Higuita a Rogelio Delgado en el minuto 253 de juego.
Y Silva marcaría el camino de Millonarios en la Copa Libertadores de 1989 porque a los azules les tocó soportarlo en La Paz, durante la fase de octavos de fina ante Bolívar, que en la edición de la Libertadores 2024 volverá a enfrentar a los azules, al lado de Flamengo y de Palestino. Esa noche aciaga en la capital de Bolivia hubo juego fuerte del local, no siendo penado por el chileno, en especial de Angeletti, zaguero central recio, de personalidad y que había jugado en Argentina para Huracán. Los delanteros de Millos, entonces, debieron soportar las peinadas del zaguero y las duras consecuencias de la altura en pleno juego. En la segunda parte Jorge Habegger, el técnico de los bolivianos y un verdadero clásico a la hora de hablar del Bolívar, ingresó a su arma más letal: el peruano Jorge Hirano. El delantero se fue de frente a Goycochea y cuando el arquero salió a cubrir el ángulo de remate, el atacante tocó la pelota por en medio de las piernas del uno. Ese triunfo no era suficiente como para irse tranquilos, A Millonarios el resultado no le supo tan mal: debía remontar en Bogotá y tenía cómo hacerlo, más allá de que Mario Vanemerak, uno de sus jugadores insignia, no había estado en el duelo inicial por cuenta de una lesión. Para la vuelta, si los astros ayudaban, el 5 en la espalda estaría de regreso.
El partido de vuelta no vio a Vanemerak titular. El esfuerzo médico fue duro pero al argentino solamente le dio para estar en el banquillo de suplentes. De resto, la misma nómina. Había otro elemento clave: volvía al estadio El Campín un crack que se había ganado el amor de los hinchas a principios y mediados de los años ochenta. El 10 del Bolívar era Carlos Ángel López.
Después de un primer tiempo sin emociones y lleno de nervios, Hirano, de nuevo, clavó un buen gol y Bolívar ya iba 2-0 arriba en la llave. Millonarios jugó ese día bastante mal, pero ante la falta de fútbol, el esfuerzo y el amor propio reemplazó cualquier tipo de carencia. Rubén Darío Hernández fue de los pocos que pudo destacarse y empató el juego y después Nilton Bernal se mandó un golazo extraordinario: pateó tal vez, si es que la memoria no me miente, desde una distancia de 35 metros de la portería de Bolívar. La pelota viajó violentamente hacia el arco y el portero Luis Galarza (paraguayo nacionalizado boliviano que en la Copa América de 1987 le había metido un criminal patadón en los testículos al Pibe Valderrama en el triunfo de Colombia 2-0 sobre Bolivia) se estiró con tan mala suerte que la pelota pegó en el vertical y después en su espalda. Era el 2-1 y la serie estaba igualada, hasta que apareció Carlos Ángel López…
Una falta innecesaria de Millonarios al borde del área generó un tiro libre directo y eso había que evitarlo porque del otro lado jugaba López, un pateador excelso. El exBoca y River, hizo lo que mejor sabía y cobró como crack. Goycochea apenas miró la pelota que se coló en el ángulo. Faltaría muy poco para el final pero Bolívar no supo aguantar y el gran Rubencho (hoy DT del Quindío) pateó un tiro libre que, con cierta complicidad de Galarza, se conviritió en el 3-2 y por supuesto, en definir el paso a cuartos por penales.
Llegaron los penales y el show del árbitro peruano José Ramírez. Si no estoy mal Vanemerak entró y falló su penal. Ramírez, que pitó pésimo, siendo absolutamente localista, vio cómo Goycochea empezó a encumbrar su leyenda desde los 11 metros, misma que lo conduciría a ser, un año después, subcampeón del mundo con Argentina gracias a sus atajadas. Ese penal que Goyco le detuvo a Cuevas no hubiera resistido un VAR: el arquero se adelantó y paró el remate con el que Millonarios encontraba su clasificación entre los mejores ocho del continente.
Claro, Hernán Silva volvería a aparecer en esa fase de cuartos para arruinarlo todo.