El argentino Chavez patea de zurda y con gran precisión derrota la volada de Guruciaga y cuando va a celebrar, un fanático del Cali entra a la cancha y quiere ir a pegarle, a cobrarle por todo lo que está pasando en su institución, como si el buen volante del Pasto fuera el responsable de una situación desbordada hace mucho tiempo y que hoy mantiene al verdiblanco en una posición incómoda con lo que significa su historia y es mirar hacia abajo de la cornisa y darse cuenta de que el abismo parece estar más cerca que nunca.
La deuda del club es altísima y para colmo los resultados cada día se hacen más adversos. La leyenda cuenta que aquellos clubes que han sido gigantes y que edificaron su leyenda a partir de sus recurrentes visitas a la cúspide, les cuesta muchísimo más que a cualquiera, verse relegados al fondo de la tabla. Como en aquellas películas de los años setenta, por tratar de moverse con desespero en medio de las arenas movedizas del desierto, el Cali, en vez de sacar cabeza, parece hundirse más y más.
Increíblemente después del título obtenido en el 2021, el Cali empezó a irse barranca abajo. El club de a poco se distanció de su propia historia: no estaban Iroldo, Yudica, Arboleda, Zape o Desiderio y ni pensar en Cococho Álvarez, Redín, Valderrama y Guigo Mafla. Las formaciones cada vez más distantes de su pasado legendario y los tropiezos en la cancha y fuera de ella a partir de su alto pasivo, terminaron abriendo una grieta gigantesca y la fantástica granja que pudo cultivar a los talentos más extraordinarios surgidos de sus canteras ya no eran tantos y los pocos que parecían tener calidad, llegaron en medio de llamaradas que no apaga cualquier bombero, más si se trata de uno inexperto, que hasta ahora está tratando de tomar horas de vuelo en ese camino durísimo del profesionalismo.
Muchos de ellos tuvieron un pasar anodino y tan mal ha estado el Cali que un día, en medio de la gran crisis, apareció un empresario prometiendo el oro y el moro: Todd Fausnett. Lo presentaron durante una asamblea extraordinaria del club y la promesa con el enigmático empresario era todo lo que cualquier club de fútbol soñaría: de su bolsillo saldrían 60 millones de dólares para que la normalidad regresara a una institución que pedía a gritos un oleaje menos fuerte.
Obvio, todo fue un espejismo, un negocio chimbo en el que solo caen aquellos que se sienten sumamente necesitados. Técnicos buenos no han faltado: desde el mismo Rafael Dudamel, Jorge Luis Pinto y Jaime De La Pava. Al primero le dijeron que se fuera porque preferían quedarse con Luis Sandoval, futbolista que Pinto no quería en plantilla, y después Sandoval se fue sin previo aviso; De La Pava obtuvo puntos importantes y también perdió algunos, pero lo destrató dirigencia e hinchada a pesar de que su proyecto parecía contar con más luces que los anteriores. Y a los más nuevos (Candelo y el Cocho Patiño) los dejaron solos en medio de la selva y las fieras. Hoy Hernán Torres, un especialista en misiones difíciles (hacer campeón a Millonarios después de casi tres décadas, sacar del infierno de la B al América, entre otras) hoy parece estar más complicado que nunca porque, salvo Montero, el resto del equipo no responde todavía.
Gracias a Dios para el Cali, Patriotas y Jaguares han hecho tan mal las cosas. Ha sido el único aire que ha recibido por estos tiempos el gran verdiblanco: el que le proveen sus adversarios directos, porque por dentro, la asfixia amenaza día a día.