Es agosto mes de ocobos en Ibagué. El calor espeso de aquella sala de espera le estaba ganando por goleada al viejo ventilador que hacía más ruido que aire. No me importaba, yo estaba demasiado concentrado en las fotografías de los planteles de la década de los ochenta y en el trofeo del torneo finalización de la Copa Mustang 2003 (hasta ese momento el único título profesional en la vitrina). Después de un rato nos autorizaron a entrar a la oficina de quien parecía estar al frente de todas las decisiones administrativas del Deportes Tolima tras el anuncio del dueño de poner a la venta el equipo.
Habían pasado apenas algunos meses de aquella escena de terror en la que Tolima desperdició una oportunidad enorme de clasificar a la gran final de la liga colombiana. Le bastaba derrotar a Itagüí en casa en la última fecha del cuadrangular para lograrlo. A diez minutos del final, Víctor Cortés, delantero rival, anotó el gol de la sentencia. Los segundos siguientes fueron largos, difíciles. El silencio reinó. En el costado sur del estadio se rompió la afonía: a ritmo de trompeta se entonó un coro que dirigió de inmediato todas las miradas al palco de preferencia donde se encontraba, acompañado de su familia, Gabriel Camargo Salamanca, máximo accionista y presidente del club. El cántico que atacaba directamente la reputación del directivo, o la de su madre para ser más específicos, se contagió a todo el estadio. “Sentí lo que sentiría si viera a unos hijos insultar al padre que les ha dado todo”, me dijo esa tarde de agosto Ricardo ‘Pitirri’ Salazar.
Allí lo conocí y aunque hablamos más de una hora, un par de frases bastaron para entender su manera de asumir el fútbol y la vida. Santandereano de pura cepa, demorando cada una de sus respuestas y esquivando con virtud preguntas complejas. “Aquí hemos logrado tener un equipo importante recogiendo lo que sobra de otros, fichando jugadores antes que sean figuras que no podamos pagar”. Sacó una hoja y un lápiz nuevo para hacerme las cuentas en un papel: “llevar en sus hombros un equipo que está perdiendo cerca de $400 millones de pesos al mes y enfrentarlo a escuadras millonarias como Nacional es poner a competir un Renault 4 con un BMW”. Mientras se ponía de pie y miraba el reloj como a un enemigo, finalizó diciendo: “El insulto es grave pero no más grave que el aspecto financiero. Este equipo no es rentable. Esa es la verdadera crisis”.
Después de esa tarde de agosto de 2013, ‘Pitirri’ permaneció seis años más en la gerencia deportiva del club ibaguereño (al lado de Camargo que decidió quedarse) y pudo ser parte de la consecución de los títulos de Copa en 2014 y Liga en 2018. Un año después, con la salida de Alberto Gamero rumbo a Millonarios, también él decidió regresar al equipo en el que había jugado en 1982 y donde inició su carrera dirigencial. Su ciclo marcó la mayor cosecha del conjunto ‘embajador’ en el tiempo reciente: una Liga, una Copa y una Superliga.
Tras esa tarde de 2013 nunca más tuvimos una conversación personal larga, pero nos cruzamos decenas de veces en nuestro lugar favorito: un estadio de fútbol. Justamente el escenario de su última noche antes de partir de este plano terrenal. A su familia y amigos, mi abrazo solidario desde la esperanza de volvernos encontrar algún día, cuando ya el reloj no sea problema, para seguir hablando del deporte que cruzó nuestros caminos.