A eso es a lo que apuntan. Simple. A darnos cada vez más tazas hasta matarnos de llenura. Hasta que el estómago explote o que las cascadas de vómito que salgan a partir de la indigestión que nos va a producir tanta comida en la mesa y que inexorablemente terminará asfixiándonos. O, en el caso menos negativo, a tomarle tanta antipatía. A eso apuntan.
Gianni Infantino, guayabera puesta, todo vestido de blanco como si fuera un extraño gurú de estos nuevos tiempos, estuvo por Colombia y ha estado en varios países de esta parte del continente muy sonriente y muy contento, tratando de sonreír en cada foto que le toman porque, claro, ser presidente de la FIFA es también ser político. Y cuando los políticos se enfrascan en la idea de calar su idea, su proyecto con intenciones perpetuas, hacen todo lo que esté a su alcance, sin que la dignidad sea un motivo para obviar ciertos lugares, ciertas posturas.
Porque su proyecto, ambicioso –en especial en términos de dinero- será lo de realizar como sea ese esperpento llamado Mundial cada dos años. Fácil, según sus cálculos. De hecho uno de los primeros países que pensó que la idea podía tener buena cabida fue Arabia Saudita, antes romantizada por la belleza que pintó Owairan ante Preudhomme, hoy con ganas de ser el comisario del fútbol a partir de sus grandes cantidades de dinero. Infantino, poco futbolero parece y con mayor dominio de la máquina registradora que de otra cosa, ya planteó que si el Superbowl se hacía cada año ¿Por qué no una Copa del Mundo?
Saltándonos el símil idiota, lo de Infantino va muy en serio. Ya planteó incluso soluciones a los problemas que sus críticos pondrán sobre el tablón a la hora de bajarle la caña a su idea: el que los futbolistas sufran grandes desgastes y que nunca se les tenga en cuenta en esta clase de decisiones, que el calendario es cada vez más apretado, que los viajes hacen más extenuante todo, que países con deseos de sumarse a esas ideas para encontrar un proceso de desarrollo en su propia nación tendrán que salirse de la lista por no alcanzar a organizar la fiesta…
Ya el proyecto va a otra cosa, de acuerdo a una información de la Cadena Ser: el camino sería hacer fechas eliminatorias en marzo y octubre y en cada mes se jugarían siete partidos –o al menos esa es la proyección- y que así los desplazamientos de los futbolistas se reducirán porque estarían más tiempo. Dicen que habría una reducción de encuentros para las selecciones en general (uno menos para los europeos, cuatro menos para los sudamericanos) y que los torneos de cada confederación se disputarían entre Mundial y Mundial.
Tremendamente aburrido entre otras porque acá no importarían los campeonatos locales y sus interrupciones: imaginemos cómo sería el panorama colombiano de acuerdo a esta modalidad. En octubre se estarían definiendo clasificaciones a los ocho mejores para poder concluir el campeonato antes de navidad. Pasa lo mismo en los torneos que se manejan con calendario A, si nos vamos a lo meramente escolar. Obvio, Mundial mata cualquier iniciativa local, así que miren cada uno cómo se arreglan, que ese no es nuestro problema.
Lo peor, y es lo que más temo, es que, como se ha visto en cifras de rating, la gente empiece a hostigarse de tanto fútbol: de entender que hasta la belleza cansa –como dice la canción- y que, hasta el arequipe, si es en exceso, puede hastiar hasta el más fanático. Y si hay hastío, la culpa será de Infantino, de Arsene Wenger, de Blatter –que alguna vez lanzó ese truco sin que nadie se lo comprara-…
Para allá vamos: hacia el camino del cansancio a partir del exceso.