Muchos futbolistas gigantes siempre encolumnan el torneo europeo, pero hablar de Salah, Lewandowski, Martínez, Julián Álvarez, Mbappé, Kane, Grimaldo y demás, resulta llover sobre mojado.
De hecho, uno de los más destacados futbolistas en la Champions fue un jugador que estuvo más cerca de la lava que recorre los senderos del infierno que el porvenir soleado de hoy y es Ousmane Dembelé, de sorpresivo buen andar en un París Saint Germain que empezó corcoveando y que le alcanzó para estar en los playoffs ante el Brest (al momento de escribir la columna no se había disputado la vuelta de este encuentro, favorable 3-0 a los parisinos en la ida).
¿Pero por qué no escribir un poco más sobre los que no ocupan tantas líneas en los textos y que igual han sabido contar con la luz suficiente como para, sí no sacar su equipo adelante, al menos brillar en medio de tantos nombres granados?
Por ejemplo Hans Vanaken, que ya hace parte del inventario del Brujas de Bélgica, merecido clasificado a octavos. El volante es el radar en el que el Brujas se sustenta y parte del buen andar de los belgas se debe al criterio de juego de un hombre que, extrañamente, siempre ha estado más cómodo en su país, sin animarse a pegarse la vuelta en ligas más competitivas. Él, junto al español Jutglá -un 9 complicadísimo y que está en racha- y el renovado portero Mignolet -que pasó de ser un artículo inservible en el lujoso mobiliario de Anfield Road a poseer la seguridad que alguna vez lo condujo hacia la Premier League-, sustentan a uno de los equipos sorpresa.
Pasa lo mismo en el maldito Benfica, que debe arrastrar aún a Béla Gutman y sus recuerdos de los finales infelices en las instancias definitivas, y que halló en su triada grecoturca un remanso de paz ante tanto disparate defensivo que protagoniza en cada salida: Orkun Kökçü -que ya mostró su casta en el Feyenoord como un mediocampista equilibrado y de gran llegada a gol-, Kerem Akturkoglu -procedente de Galatasaray, extremo que generalmente se traga el carril derecho y que está haciendo una primera temporada exitosa fuera de su tierra- y Vangelis Pavlidis -el único hombre que podría cargar con esa extraña tristeza de marcarle tres tantos al Barcelona y salir derrotado del campo- son peligro inminente y gol seguro.
Feyenoord tiene lo suyo con el desequilibrante Paixao y en un momento dado con el hoy milanista Giménez, Sporting dejó todas sus chances en manos de Víctor Gyökeres y aunque el gran goleador jamás fue inferior al reto, sus compañeros de escuadra, sí; Magnetti, volante central del Brest, siempre jugó bien y con la cara arriba para hacer que se hablara del club bretón; Giuliano Simeone mató a punta de destacados performances el nepotismo que nubló en algún instante la decisión de su padre para ubicarlo como inicialista en el Atlético Madrid; Johnatan David, el canadiense goleador que hizo del Lille un equipo fantástico, así como su arquero con apellido automovilístico: Chevalier.
Palacios, parte del equilibrio en el Leverkusen, Minamino, extrañamente suplente en Monaco, porque siempre que ingresa a la cancha hace notable diferencia, Maeda, nipón que le dio algo de lustre al rácano Celtic, el solitario Openda en el decepcionante Leipzig, Morgan Rogers, crackazo en mayúsculas en el bamboleante Aston Villa, el ecuatoriano Pacho, rudísimo y serio zaguero que cubre los baches defensivos de sus compadres en el PSG...
Los nombres siguen y seguirán gracias a Dios; el espacio de esta columna en cambio, tiene un límite.