Los jugadores más 'Bilardianos' que condujo Menotti

Opinión de Nicolás Samper tras la muerte del entrenador argentino.

Corresponsal Futbolred
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07 de mayo 2024 , 11:23 a. m.

Si se quiere hablar de grandes rivalidades, la disputa Guardiola-Mourinho es un poco la división Menotti-Bilardo en los años ochenta. Ambas llenas de fogones calientes que hacían sacar chispas en enfrentamientos previos, pero mucho más enquistada la que protagonizaron los campeones del mundo con Argentina en 1978 y 1986 que la del español y el portugués.

De hecho Mou y Guardiola, más allá de varias estrellas ninja envenenadas que se lanzaron en la antesala de duelos, también se profesan admiración y respeto. Mou, que en teoría era el más soberbio de aquella dupla que se repelía, comentó alguna vez: “Solo puedo tener buena relación con él, no puedo tener malos sentimientos. Hay momentos en la vida que no olvidamos. No olvido cuando murió mi padre, sabía lo importante que era para mí. Me llamó. Cuando murió su madre, yo también le llamé. Hay cosas que la gente no ve, que no necesitamos compartir”.

Luego de años de insultos, de golpes fuertes y de disparos dialécticos que ensancharon el abismo entre el pragmatismo Bilardiano y la estética como causa para encontrar la consecuencia del triunfo, que siempre profesó César Menotti, Bilardo cayó enfermo y, tal vez, fue la única vez en la que apareció una pequeña tregua: ya la rispidez no parecía ser el camino y el campeón del Mundial 1978 decidió zanjar tantas broncas y habló brevemente de su némesis, pero en otros tonos: ““Las diferencias que pueda haber no tienen nada que ver. Ojalá que Dios lo proteja y lo ayude. Es mi profundo deseo”, trasladó el hombre del faso eterno -el mismo que debió dejar hace casi 15 años por salud.

Pero antes de esta circunstancia, para algunos Menotti era Superman y para otros, Lex Luthor; y lo mismo le pasaba al obsesivo Bilardo: villano para los menottistas y prócer para los bilardistas. Aquellas aguas que eran calmadas, de acuerdo a lo que contó Rubén Insúa en entrevista a Juan Pablo Varsky, en tiempos en los que ambos cruzaron conceptos amablemente y hasta algunas sonrisas compartieron, se encresparon con las declaraciones de Menotti en el 83, criticando la selección Argentina y evaluando el riesgo de que el prestigio ganado se estaba rifando; que el desorden y la improvisación, que él erradicó parecían estar de vuelta luego de que Argentina jugara un amistoso ante Valladolid y que perdió 2-0. Bilardo no tomó jamás eso como una crítica, sino como una puñalada por la espalda.

Pero más allá de tantos abismos que los dos entrenadores se encargaron de cavar para que la distancia fuera cada vez más amplia, ninguno de los dos comía vidrio. Menotti, como entrenador de Boca Juniors, por ejemplo, un día se puso a charlar con Enrique Hrabina. ¿Quién era Hrabina? Un lateral izquierdo, de técnica limitada, pero que conseguía suplir esa falencia con un corazón gigantesco. Cuenta la leyenda que Hrabina (proveniente del modesto club Atlanta) se ganó a la hinchada de Boca cuando fue a cortar un centro de un rival, lanzándose de cabeza, arriesgando su propia integridad, para que el pelotazo nunca llegara hacia su área. Y Hrabina, un jugador que, en cuanto a etiqueta, parecía ser mucho más “Bilardiano” fue uno de sus titulares siempre en su paso por Boca. Y, a sabiendas de que no le podía pedir lujos, lo instó a que, cuando sintiera la necesidad, reventara la pelota lo más lejos posible de su área, gesto rarísimo en un hombre que respetó el buen trato de balón como pocos. Menotti, que no era para nada tonto, supo tener tipos pragmáticos y que jugaban al límite del reglamento, incluso, siendo además titulares: siendo piezas fundamentales de su estructura contó siempre con hombres como Nelson Chabay en el lírico Huracán del 73 o Andoni Goikoetxea en el Atlético Madrid, el mismo que rompió el tobillo de Maradona cuando César Menotti dirigía al Barcelona. Enrique Corti o Sergio Batista fueron importantes, muy, para él en el 88/89 cuando fue a River o Jorge Goncalvez en el Peñarol de inicios del 90. Igual pasó y el ya citado Hrabina en Boca o Blas Giunta, años después. En Independiente contó con Javier “Satanás” Páez o José Tiburcio Serrizuela o Raul Cascini. Y la lista continúa, más allá del paneo inicial, porque si alguien le dio equilibrio -y una que otra patada a los adversarios- fue Américo Rubén Gallego, su patrón del mediocampo en la selección que ganó el título de 1978.

Menotti, fallecido el domingo, fue un gran cultor de la estética y de la victoria como consecuencia del buen juego. Y también sabía que aquellos “caracortada” también solidifican la estructura. Por eso nunca los descartó.

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