Me acuerdo mucho del apodo que le puso Sergio “el mundialista” Ramírez, cuando, a través de RCN radio, transmitía los juegos de los equipos bogotanos en el Estadio El Campín: le decía “La espiga”. Y así se fue dando a conocer Freddy Eusebio Rincón Valencia en aquellos tiempos en los que, más allá de ser yo hincha acérrimo y furibundo de Millonarios, disfrutaba de una de las mejores formaciones que pude ver de Independiente Santa Fe.
Porque -y alguna vez escribí sobre esto- resulta muy difícil ver que el equipo al que uno siempre le quiere ganar, juegue de la forma como lo hacía ese Santa Fe versión Diego Edison Umaña en 1988. Freddy ya había aparecido un año atrás, en 1987, con una base muy similar a la del 88, con algunos cambios (ya no hacían parte del equipo Dalla Líbera, Rifourcat, Fernando Alvez, Jorge Taverna -señalado después de la famosa pena máxima desperdiciada ante Cousillas en un clásico definitivo frente a Millonarios-). Y Rincón en el campo ayudaba como pulmón, porque no dejaba guardado dentro de la caja fuerte un solo atisbo de esfuerzo. Era poco ahorrativo en el ímpetu y en el despliegue, sumando su talento a un medio campo de por sí muy brillante: José Romeiro Hurtado -un muy buen volante de manejo y marca que surgió en el América y que estuvo en la Selección juvenil de 1985 gracias a Luis Alfonso Marroquín-, Germán “Patitas” Morales -jugadorazo que anduvo varias veces en selección de mayores y que se encargaba de hacer el trabajo sucio en el rectángulo- Wilmer Cabrera -que en esos tiempos podía ser un 10- y Claudio Morresi -argentino y crack, dueño en iguales cantidades de lesiones y técnica que anduvo poco tiempo en Bogotá-. Y Freddy, que era titular, era un volante moderno en años de lentitud. Iba a una velocidad distinta que la que en esos tiempos se jugaba y además de su aporte en los duelos físicos y psíquicos -no se le arrugaba a nadie ni en las peores circunstancias-.
Así se plantó siempre en el campo, respaldado de cerca por su hermano Manuel, que era back centro de esa formación, cansándose de hacer golazos desde fuera por cuenta de esos latigazos que sabía sacar, porque y ahí otra virtud: no sentía temor de lanzar el balón desde lejos hacia el arco rival. Y sus remates eran riesgo a cada momento y generadores de goles; si no entraba, quedaba el rebote del arquero para que algún delantero apostillara.
Con la camiseta escotada de ese Santa Fe 88 y en el pecho con el sponsor de Postobón, la rompió siempre. Ni hablar con el América de Cali -cómo olvidar ese gol de taco que le marcó a Trucco en un América-Cali del 90 o el fusilamiento inmisericorde con el que casi parte en dos a Jorge Rayo en la definición del título del 92, otra vez ante el Cali y frente a Rayo, el mejor arquero de esa temporada, con la Selección (el gol a Illgner, los dos a Goycochea en el Monumental, el bombazo a Miranda en Lima en las eliminatorias y a Goycochea también en la Copa América de 1993), en Brasil, donde es ídolo de ídolos, en Italia con Napoli y hasta el privilegio de ser el primer colombiano que se puso la camiseta del Real Madrid.
Cuando hoy se reza el credo de los volantes modernos, habría que decir que el primer manual de estilo redactado para esa posición fue escrito por Freddy Rincón.