Todo termina reduciéndose a veces. Y pasa hoy, justo en los tiempos en que hay mayor cantidad de formas para vernos, para saber en qué andan los lejanos, para encontrarnos a través de lo virtual, la falta de fútbol en el mundo -ya volverá pero si están las condiciones específicas porque que no se nos olvide que acá lo más importante son los jugadores- nos ha llevado a centrarnos en lo que ocurre alrededor de una sola figura colombiana.
Porque antes de la pandemia los resúmenes de colombianos en el exterior nos podían llevar desde las grandes ligas europeas -¿Cómo le fue a Dávinson? ¿Mina fue titular? ¿Falcao pudo hacer gol? ¿James otra vez en la tribuna? ¿Vio la atajadota de Ospina?- hasta ir a los lugares más recónditos del mapa para saber cuál era el presente goleador de David Moreno, atacante que hasta hace poco pertenecía al club Parrillas One de Honduras (difícil que haya un equipo de fútbol con nombre tan singular).
En otros tiempos, cuando no éramos un fútbol tan exportador, nos concentrábamos en aquellos que alcanzaron a pasar el charco y claro, aquél que tuviera más continuidad era al que seguíamos con mayor devoción. Hace 27 años, para ser aún más exactos en cuanto a la línea de tiempo, el más destacado de los nuestros afuera de las fronteras era el gran Faustino Asprilla, enfundado en la camiseta de un club chico como el Parma, pero que estaba con ansias de ser grande. Y Asprilla pocas veces decepcionaba si había que pegarse el madrugón. Alguna cosa dejaba, ya fueran sus goles provistos de genialidad -imposible olvidar su jornada gloriosa ante Giovanni Galli, arquero del Torino, que se tuvo que tragar tres pepazos de Faustino o aquella vez que contra Marchegiani, portero de Lazio, metió un latigazo de 30 metros al ángulo y después hizo un golazo con una extrañísima chilena- o sus instantes de apagón de luces -alguna vez ante Cremonese al ‘Tino’ se le saltó el taco y después de aguantar agarrones y zamarrones de un zaguero rival, se mamó y le plantó un codazo brutal, lo que le valió una merecida tarjeta roja-.
Todo lo sabíamos de Asprilla y sus cabalgatas futbolísticas. Él era el centro de todo, más cuando en pleno Giuseppe Meazza se plantó frente al balón y, aprovechando su gran pegada y el estatismo habitual del arquero Sebastiano Rossi, el Parma le metía una cachetada al Milan que ganaba todo y que les ganaba a todos. No existía otro jugador en el radar.
Hoy, en tiempos de progreso pero también de obligada para, estamos más pendientes de la Bundesliga -el primer torneo de las cuatro grandes ligas que se reanudó en Europa- y hemos sabido valorar muchísimo más lo que hace actualmente Jhon Córdoba. Juega en club modesto, no tiene los compañeros que Asprilla sí (una cosa es jugar al lado de Zola y otra entrar al campo al lado de Uth) y a pesar de todo se las ha arreglado para hacer goles, 12 en total, en un equipo que tuvo sus tiempos gloriosos en los ochenta y que hoy se debate entre tratar de sacar buenos resultados para no irse a la B.
Y es lindo ver cómo Córdoba triunfa, con el ruido que se merece.