¿Habrá algo más aleatorio que la puesta en escena de un sueño? Es como tomar pedazos de la existencia que no tienen ninguna clase de vinculación, juntarlos y con ellos armar un relato que, por lo general, es medio caótico y disparatado, sin alguna conexión tan fuerte con la realidad que conocemos. Pasa que en los sueños, para poner un ejemplo, uno se sueña con que está acompañado de una hermana pero dentro del sueño la hermana no es físicamente la que conocemos, sino, por decir algo, se representa en la figura de Astrid Junguito.
Más allá de que uno sabe que la que estamos viendo es Astrid Junguito, el sueño te está diciendo que es tu hermana. O está compartiendo una mesa con Dua Lipa, a sabiendas de que en la vida real es imposible que ese marco se pueda presentar. Es ahí donde esos mundos paralelos e inconexos se reúnen.
Tengo una costumbre que desde hace un año he empezado a acuñar y es apuntar los sueños que tengo en la noche. Pasa mucho que, de repente, despierto en medio de la madrugada y el sueño aún está fresco -porque esa es otra característica de la mayoría de los sueños y es que si no se apuntan o se encuentra una manera de recordarlos, es bien probable que ese episodio termina olvidándose a las tres horas de haber ocurrido-. Por eso, apenas sucede algo así, tengo listo el bloc de notas del celular para que, en medio de la noche, alcanzar a escribir lo que en mi mente terminó conectándose. Y el último que viví fue curioso: iba en un vuelo Madrid-Bogotá y yo ocupaba la silla del pasillo. En la silla del medio estaba sentado Alberto Santofimio Botero, político tolimense condenado por haber estado en el entramado que planeó el asesinato de Luis Carlos Galán. De repente yo me levantaba porque necesitaba hacer pipí e iba hasta el baño, pero cuando regresé a mi puesto, encontré que Santofimio estaba ocupando mi silla, la del pasillo y no la del medio, que le correspondía desde el inicio del vuelo. Lo grave es que el político no se iba a retirar de ahí y dijo que no se iba a mover. Que de malas, que me tocaba la incómoda silla del medio. Yo, en medio de la indignación, tuve un extraño rapto de realidad atrapado en el sueño y le decía a Santofimio y a la tripulación que era increíble que ni siquiera un político fuera capaz de respetar un sueño para seguir haciendo de las suyas. Son tan atrevidos que, en mi caso, ni siquiera en medio de la fantasía que produce el estar dormido, se aguantan la posibilidad de tomar ventaja.
Pensé que que estaba soñando al oír las palabras de Gorky Muñoz, alcalde de Neiva y que había sido inhabilitado por la Procuraduría por posibles irregularidades en dos contratos (el 682 y el 677 del 2020) relacionados con tiempos de Covid 19, pero que el político impugnó y apeló la decisión del ente de control -por eso sigue ejerciendo-. El hombre, sin ponerse colorado, igual que Santofimio en mi sueño, dice que el estadio Guillermo Plazas Alcid, seguramente el muladar más espantoso en el que se juega fútbol en latinoamérica y probablemente en el mundo, ese monumento a la corrupción que cobró la vida de cuatro trabajadores cuando su estructura se derrumbó en medio de los trabajos de mejoras que se estaban haciendo y que nunca parecían mejorar nada, sino empeorar todo, ese lugar indigno para una afición fiel que merece un mejor lugar para ver a su club y ese caballito de batalla que le sirvió al mismo Gorky para hacer propensas electoreras sobre mejorarlo, ahora piensa que no, que semejante escombrera inmunda aguanta 20 años más sin que se le vaya a hacer algún arreglo. Además, tan disparatado como en cualquier sueño, dijo que el Guillermo Plazas Alcid era igual al Movistar Arena, casi sin reflexionar en la absurda comparación hecha entre dos escenarios bien diferentes.
Lo mío con Santofimio fue apenas un sueño; lo de los neivanos con Gorky es una pesadilla.