Crocus City Hall

Recuerdos de Nicolás Samper de Mundial 2018 y la guerra que hoy se vive en Rusia.

Corresponsal Futbolred

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27 de marzo 2024 , 10:39 a. m.

El que me hizo caer en la cuenta fue el querible Jotas Mantilla. Acabábamos de terminar el programa de radio del 24 de marzo y ya para ese instante el caos y el horror eran los visitantes inesperados de la noche en Moscú pues un comando armado había ingresado a la fuerza al lugar para perpetrar la peor masacre ocurrida en Rusia en los últimos 20 años. Jotas me envió un link de la noticia con las fotografías de lo que estaba ocurriendo en la capital rusa y escribió: “Allí estuvimos”.

Casi toda la delegación colombiana (y la argentina y la española y la japonesa) de periodistas que cubrieron el Mundial que dejó a Francia como campeona del mundo en medio de la lluvia en Lushniki terminó quedándose en el Hotel Aquarium, ubicado a 27 kilómetros de la Plaza Roja, el referente habitual del centro moscovita. Y ese Hotel, el Aquarium, era el final esquinero de varias gigantescas manzanas en las que había un conglomerado de construcciones, todas edificadas por el magnate ruso Aras Agalarov. El recorrido entre el Hotel y el IBC, donde todos los medios se reunían, tardaba más o menos 25 minutos a pie. En línea recta, la distancia debía ser de dos kilómetros entre ambos puntos, con la opción de poder recorrer ese tramo por los pasillos internos que unían todas las estructuras: el Aquarium, el City Expo, el Crocus, el IBC y el centro comercial Vegas. El Crocus anduvo poco activo en esos tiempos futboleros pero se podía ingresar a los pasillos conectores. La construcción, moderna, recordaba de alguna manera los entresijos de la nave Nostromo, aquella de Alien, el octavo pasajero: corredores blancos, puertas con pequeñas ventanas, paredes recubiertas de tubos blancos y alguna gotera. Jamás pudimos conocer la sala de conciertos porque al estar cerrado había zonas inaccesibles.


Alguna vez, de regreso al hotel, decidimos no soportar el candente sol de esos días en Moscú y con Guillermo Arango emprendimos el camino hacia el hotel por los pasillos internos que conducían del IBC al Aquarium. Arrancamos en la bocatoma que conducía a la estación de metro Myakinino (la más cercana y que a pie quedaba a 20 minutos de distancia) y de repente, en medio de esa excursión, dos agentes de seguridad nos hicieron regresar por otro camino: estábamos en medio del Crocus City Hall, en un callejón de techos altos y donde se veía la entrada frontal de la construcción desde dentro, el mezzanine, para decirnos que debíamos tomar por otra vía. Más allá de los ruegos por poder seguir esa ruta, los recios vigilantes, de vestido negro impecable y corbata, pelo a ras y cara de Vinnie Jones nos devolvieron, lo que implicaba 20 minutos más de trayecto. El regreso se dio por otros accesos desconocidos, escaleras internas, miradas perdidas, hasta que por fin aparecieron los detectores de metales que estaban en la entrada al metro.



De hecho, supone uno que por la coyuntura mundialista, en aquel complejo lo que más abundaba era la seguridad: controles por aquí, agentes por acá, policías encargados de las requisas hasta en la entrada del hotel, sonidos de sirenas ante el metal que era pillado por los detectores… Imposible olvidar que en aquel lugar cada mañana el canto de los taladros y serruchos sazonaron el mal sueño de las jornadas de trabajo. Es que en un costado del Crocus, por aquellos pasillos internos, se hacía diariamente el montaje de stands que a su vez se desmontaban en la tarde. El traslado de materiales entre corredores y su posterior instalación era ruido incesante desde las 8 am. Yo, por el cambio horario y mis labores en radio, me iba a dormir a las 6 am, hora de Moscú...


Todas esas imágenes y recuerdos se vinieron a mi mente luego del aviso de Jotas y, a su vez, esa extraña resignificación de aquellos lugares que pisamos y que se convirtieron en parte del paisaje en 2018. El complejo y el Crocus fueron sitios que resultaban ya anodinos a partir de la costumbre, ya que el ir y venir, en aquellas extensas caminatas que dejó consigo la Copa del Mundo realizada en Rusia normalizaron aquel edificio gigantesco -muy al estilo de ese país en donde las construcciones se destacan por esa grandilocuencia que hace que siempre todo se vea cerca a pesar de quedar muy lejos- que seis años después estaba envuelto en llamas.

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