Traje de gala, noche de oro: Colombia deslumbró

La columna de Jorge Barraza sobre la actuación de la Tricolor contra Polonia.

Jorge Barraza

Columnista Futbolred

Foto: Archivo particular

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26 de junio 2018 , 08:47 a. m.

En el lugar de los hechos, el periodista se ve envuelto en el clima que lo rodea, suele contagiarse de la euforia o la desazón reinante y puede perder rigor analítico, se deja llevar por el factor emocional. Por eso preguntamos al querido amigo y profesional que es César Augusto Londoño, comentarista estelar de la cadena Caracol:

-¿Puede ser este el mejor partido de la historia de la Selección Colombia…?

-Estamos debatiendo eso, justamente. Pienso que sí, tal vez un pelito por encima del 2 a 0 sobre Uruguay en Brasil 2014, aquel de los dos goles de James.

La misma consulta a Jorge Hernán Peláez, de Win Sports:

-Sí. Está el 5 a 0 a Argentina en 1993 también, pero esto es en un Mundial y fue impresionante.

Óscar Rentería, otro colega de alto mérito y el profe Juan José Peláez (dirigió a Barcelona SC entre 2005 y 2006) coinciden: “Este supera a todos”.

Como sea, el 3-0 a Polonia en Kazán que tuvimos la fortuna de presenciar, está en el podio de las mayores producciones cafeteras de todos los tiempos. Apenas bajados de la tribuna de prensa nos cruzamos con Fernando Niembro, periodista argentino de RCN televisión. Sin otras palabras nos dice: “Si la perfección existe, es esto”.

La compulsa era necesaria pues tal vez el analista estaba imbuido de la emoción de los alrededor de 25.000 colombianos que coparon el colosal Arena Kazán. Pero no, vimos muy concentrados el juego y estamos persuadidos: Colombia realizó un partido inolvidable, compacto y brillante, con fútbol y personalidad, con ataque profundo y mucha marca firme (como los grandes equipos), borrando a Polonia con fútbol y actitud. Se vieron partidos y selecciones notables aquí en Rusia, pero tal vez sea esta la mejor actuación de un equipo en los primeros 36 encuentros del torneo.

Pekerman volvió a ser Pekerman. El gran José de las selecciones juveniles argentinas que reunía muchos jugadores de buen pie y mandaba a sus muchachos al frente, a jugar y ganar. Al menos es lo que nota el cronista desde fuera. Se despojó de los temores, colgó el traje de estratega en el armario, dejó de pensar en los volantes tapones y Colombia empezó a ganar desde la alineación: con James, Cuadrado, Quintero y Falcao ya había garantía de trato delicado con la bola. Del resto se encargaron los jugadores. Y cómo… Hubo siete, tal vez diez minutos de presión polaca en campo colombiano. Y punto. Fue como si Cuadrado hubiera dicho: “Bueno, ¿ya hablaron…? Ahora hablamos nosotros”. Y ahí empezó un festival de fútbol con carácter, de clase y contundencia, de marca seguida de ataque profundo. Que duró hasta el final. Decimos Cuadrado porque, desde la banda derecha, fue el mariscal que dirigió la tropa. En la presentación más brillante que le viéramos, comandó la victoria con una determinación fantástica. Contagió a sus compañeros. Y no fue sólo liderazgo, también fue juego. Tocó, trianguló, desbordó. Partido de alta categoría, de los que meten a un jugador en el Salón de la Fama de su país.

Que James y Quintero podían jugar juntos no había ninguna duda: los talentos siempre pueden, se hacen un lugar, no se enciman, se corren un poquito de lugar y suman lo que cada uno trae. Si faltaba una confirmación, fue ante Polonia. Dos zurdas prodigiosas, espectaculares, picantes, tocando en sintonía. De las dos surgieron los tres goles. En el primero, combinaron Cuadrado-Quintero-James y este puso un centro delicioso para Yerry Mina. Que no fue centro, fue pase a la cabeza. Se la alcanzó y le dijo: “Tomá, cabeceá”. En el segundo, Quinterito le metió la bola de primera a Falcao, en un pase bochinesco, tipo puñalada, de primera, que sorprende a toda la defensa. Y lo dejó solo para que Radamel debute en la red en una Copa del Mundo. Fabulosa definición de tres dedos, fuerte y rasante para impedir cualquier defensa del impronunciable Szczesny. Y el tercero, de un pase de fábula de James Rodríguez de veinticinco metros en curva, desde el lateral hacia el medio, para que Cuadrado redondeara con gol su noche de oro.

Siempre lo decimos: ganar produce alegría, ganar jugando bien genera orgullo. Por eso parecía explotar de emoción la marea amarilla en las tribunas. Por eso también, remitirse apenas a los goles, al resultado, sería una mezquindad analítica. Colombia fue mucho más que los tres goles y los tres puntos. Fue FÚTBOL CON MAYÚSCULAS. Fue calidad, toque, exquisitez, despliegue, temperamento, temple, corazón, inteligencia, atrevimiento. Fue equipo y también individualidad. Cuando un equipo compone una función así cabe felicitar a los intérpretes y también al director. Fue una orquesta de cámara.

Y además de los tres mosqueteros que son cuatro (Cuadrado-Quintero-James-Falcao), hubo muchos puntos altos. Barrios, jugó en el nivel que lo tornó ídolo de Boca: implacable en la marca, seguro en el pase para iniciar otro avance. Yerry Mina, por su gol y su seguridad defensiva, ganándole todas de alto a Lewandowski. Ospina, como siempre un Superman del arco, pese a una torcedura de tobillo que lo disminuyó físicamente. Mateus Uribe, que empieza ganarse un lugar en el equipo y en el cariño de la gente. Entró con una confianza admirable a remplazar a Aguilar.

A propósito de la convicción casi arrolladora con que entró a jugar Colombia, contó Ramón Jesurún al regreso a Moscú: “Llevo años en el fútbol, entrando a camerinos, viendo equipos antes de un partido: jamás había visto a un grupo tan motivado. Estuvieron un rato largo en la antesala del túnel gritando arengas, chocándose los pechos, mirándose fiero… Quedé impresionado”, dijo el presidente de la Federación Colombiana de Fútbol. Con esa energía demolió a Polonia, que se vio aplastado (lo reconocieron en la conferencia de prensa posterior). Y ahuyentó los fantasmas que habían aparecido en la derrota ante Japón.

Fue una de esas noches que motiva luego el viaje de decenas de miles de hinchas al Mundial siguiente. Incluso es posible que, si Colombia vece a Senegal y clasifica a octavos, se larguen otros miles a Rusia. Porque jugando así, se puede soñar con todo. Y cuando se dice todo, es eso, el premio mayor incluido.

Para este escriba, que ha visto cientos de partidos de Colombia en Mundiales, Eliminatorias, Copas América, esta es la mejor versión de un equipo cafetero de que tenga memoria. Fue sexo con amor. El abrazo de Higuita y Valderrama en la tribuna tras cada uno de los goles fue emocionante, una imagen de la colombianidad. Son los fundadores de la nueva era del fútbol colombiano y disfrutaban con sus herederos, sin celos, con fervor auténtico, como hinchas. Ellos marcaron el camino y ven que no fue en vano.

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