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Opinión de Nicolás Samper sobre la polémica formada tras la agresión de Higuita a un hincha.

Nicolás Samper

Nicolás Samper.

Foto: A. particular

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24 de julio 2018 , 06:59 p. m.

No resulta fácil aguantar en ocasiones. El video es muy diciente: con ridículo gorrito y actitud desafiante pero separado por cuenta de un vomitorio, empieza a desfogar quién sabe qué cosas desde su boca ignorante. El blanco es el señor René Higuita, uno de los porteros más geniales que se haya visto en la historia del fútbol mundial, que estaba tranquilo caminando por el pasillo del estadio.

Justo René, el gran René. El hincha ese -bueno, hincha es un decir, es un impresentable de los que tanto abundan en el fútbol- sigue con su andanada, buscando que Higuita reaccione y cumple con su cometido porque el portero lo busca con el puño porque ya estuvo bueno de la bobada de ese sujeto que probablemente no entienda el valor futbolístico de uno de los más grandes jugadores de todos los tiempos.

Higuita fue un hombre capaz de, a partir de su genialidad, reinventar el puesto de guardameta, dedicado exclusivamente a aquellos que como yo, borraban con los pies en el campo cualquier buena intención con las manos. Higuita transformó el puesto y desde su irrupción ya los arqueros no podían sacar la pelota de punta y hacia arriba, con botepronto incluido, para deshacerse de ella. Antes de Higuita, el portero solo se hacía responsable de sus guantes y qué error porque el buen pase desde atrás hace que el 1 termine siendo un armador inicial de juego. Un primer pase que resulta importante para despresurizar el equipo desde la parte posterior.

Gracias a Higuita -que me acuerdo que desesperaba quemando tiempo subiéndose lentamente las medias mientras recostaba la pierna sobre las vallas de publicidad- los segundos se hicieron valiosos porque más allá de la estratagema del calcetín él siempre quería jugar y salía siempre con el pie. Eso lo entendieron en la FIFA luego de Italia 90 y por eso ya el arquero tenía prohibido recibir con las manos una pelota devuelta a propósito por un defensor interesado en echar segundos valiosos de juego a la hoguera.

Gracias a Higuita las hazañas se hicieron comunes: como en aquel Nacional-Junior de 1988 en el que René se atrevió a hacer paredes hasta la portería contraria para buscar hacerle un gol a Carrabs. Casi lo consigue. Ni hablar del escorpión, de los tiros libres...

Pero hay algunos que se creen poderosos haciendo el ridículo de insultar a un gigante. Como el impresentable ese del gorrito. Porque quieren tener el protagonismo que jamás llegará a su puerta a costa de alguien que sí es leyenda, porque sienten que así pueden vengar alguna derrota o algún penal atajado al equipo de sus amores y porque saben que incluso hurgando la vida personal del protagonista, serán más fuertes moralmente.

Higuita reaccionó. Dice que se equivocó y que pide perdón. Y está bien. Lo que llama la atención es que haya oligofrénicos como el del gorrito, atrevidos e indolentes, que sigan entrando campantemente a un estadio. Gente así no se necesita en una gradería.

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