“Tristeza não tem fim, felicidade sim” escribió alguna vez con justa razón Vinicius de Moraes, uno de los grandes compositores del Bossanova y tipo que lanzó magníficas sentencias sobre la vida (¿Cómo olvidar eso de que “el amor es eterno mientras dura”, por ejemplo?). Brasil hoy parece estar en contravía con la felicidad.
Y hay una razón lógica. No tiene un 9 devastador, un killer de área que consiga concretar lo que genera y sin un finalizador, el fútbol se convierte en un canto sordo, cosa que le pasó a los brasileños en su primera salida en la Copa América ante los aguerridos costarricenses, poco timoratos a la hora de armar una defensa a ultranza (todo un sello de la casa de su entrenador Gustavo Alfaro) y tener en un momento sublime al portero Sequeira, dueño de varias tapadas de gol de esas que sorprenden.
El repaso por los 9 de la verdeamarelha es larguísimo y siempre con muy buenos resultados. Desde su primer hombre anotador, Arthur Friedenreich, hasta tiempos de Ronaldo, la receta parecía inmodificable: laterales veloces y técnicos, casi que wines atrasados, clase en el mediocampo, desde el 5 hasta el 10 y un 9 de punta incapaz de tener clemencia.
Y es en este punto, la clemencia, en la que fallan hoy los brasileños por extrema generosidad: Savio, una revelación en el sorprendente Girona, se fue solo por derecha. Desde su entrada al campo los de Dorival junior volcaron sus esfuerzos a ese sector de la cancha y Savinho -como también lo conocen- entendió bien el mensaje: desbordó constantemente y fue desequilibrante; sin embargo en la primera en la que, tras un pase filtrado, quedó íngrimo escorado a la derecha del área para hacer la diagonal y patear al arco, quiso adornarse un poco y aunque llevaba la bola con la diestra, pasó a la siniestra para una mejor acomodación de shut. En ese segundo, cayeron como avispas 28 costarricenses a bloquearlo. ¿Por qué no disparó antes? Fácil: no es 9. En su club el referente de área es Dobvyk, el ucraniano que trata de asumir su rol con la selección en la Eurocopa.
Pasa parecido con Vinicius (que según vi en 31 presentaciones ha marcado 3 goles con la verdeamarelha), con Rodrigo, Rafinha, Savio y con Martinelli: es necio decir que ninguno tiene gol. Al contrario, en Real Madrid, Barcelona, Girona y Arsenal respectivamente, la suma ofensiva de sus esfuerzos los ha encumbrado muy alto, tanto que Vini pinta para ser un candidato muy fuerte para pelear el Balón de Oro.
¿Y entonces? Su función es -en todos los casos, en el de Martinelli, Rafinha, Savio, Vini y Rodrygo- buscar la banda y después recortar para, con un mejor perfil, encontrar la libertad bien sea, de asociarse o de disparar a portería con un ángulo más expedito. No tanto estar en la bomba y recibir de espaldas para voltearse y patear al arco como lo hacían Adriano, Ronaldo, Bebeto, Romario, Careca, Roberto Dinamita y los nombres siguen. Hasta Serginho -uno de los puntos más cuestionados en aquella Brasil del Mundial 1982- les saca la diferencia de ser un 9. Para quienes no lo pudieron ver, la comparación de Serginho con algún atacante actual podría ser Wout Weghorst, el neerlandés: atropellado, incómodo para los defensas, peleador arriba, con técnica limitada, pero un anotador nato. (Serginho es el máximo goleador en la historia de Sao Paulo, con 242 goles en 399 encuentros).
Por ahora Brasil todavía no encuentra ese camino del 9. Hay material humano para voltear el panorama, sin duda. Y ahí radica la esperanza de la recuperación. En una de estas, Endrick podrá ser el dueño de esa llave necesaria para abrir el candado.