No está mal ni bien; es una decisión personal en la que se asumen las consecuencias de cada uno de los actos -en especial los posteriores- que sobrevienen a semejante momento. Hace poco en Malasia el rey Mohamed V, de repente y sin que hubiera un aviso previo, abdicó a su corona, esa misma que sus antecesores habían “respetado” por casi 60 años.
Pues Mohamed V le importó cinco chorizos lo que los demás esperaban de él y por cuenta del amor, pegó el salto hacia una vida con tintes mucho más plebeyos: es que apareció en su vida una modelo rusa capaz de hacerle cambiar su percepción de la vida, además porque, aunque el hombre pidió una incapacidad médica antes de su renuncia, luego se supo que Oksana Voevodina, su prometida prohibida, estaba embarazada. Después el asunto no le salió también al rey depuesto por él mismo: comentó que tal vez la había embarrado, que de golpe se apresuró y, haciendo vigente aún más aquella famosa frase del mágico Vinicius de Moraes, fue víctima de la sentencia dicha por el cantautor brasileño que es más sabia que una dinastía de reyes: “El amor es eterno mientras dura”. El romance duró siete meses y Mohamed V se quedó sentado en el borde del andén pensando en lo que es y lo que debería ser, ya tarde para reflexionar, con todas las cartas jugadas., mirándose frente al espejo y seguro pensando en lo que dejó ir y que ya no regresará.
A propósito de esto, llegó a mis manos un estupendo libro publicado en el 2012 que escribió Rubén Uría, periodista español que se especializó en esas historias tipo Mohamed V, pero relacionadas con el fútbol y con aquellos que, por decisión propia, tuvieron elementos suficientes como para establecer una monarquía futbolística pero que al final, en la elección de senderos, prefirieron hacer más caso a otras situaciones. Se titula “Hombres que pudieron reinar y otras leyendas del fútbol”. No por nada la primera biografía que sale en este muy buen libro -que además cuenta con el prólogo de Santiago Segurola- es la de un incorregible que, viviendo en un país en el que se le da gran importancia al boato real como lo es Inglaterra, prefirió quedarse con su propia leyenda barriobajera y de exégeta del camino diseñado para los elegidos: Paul Gascoigne.
Otros hombres que vivieron situaciones similares a la de Gascoigne también engalanan estas páginas: las leyendas de la noche como gran compañera del “Mágico” González, por ejemplo, o el carácter campirano del grandísimo Matt Le Tissier, un tipo al que la felicidad no se la dio el dinero sino defender la camiseta del Southampton hasta su retiro. Alude además a tardes mágicas de gente que nunca pareció tan convencida de sus propias capacidades como el portero Jan Tomaszewski, encargado de dejar en el camino al Mundial de 1974 a los ingleses con atajadas que todavía se recuerdan. Atajadas que realizó con unos guantes de pintor de brocha gorda que le dio su suegro para el partido. No había dinero para mejores guantes.
Duncan Edwards, David Rocastle y aquel relato maravilloso de Calos José Castilho, conocido como Leiteria, gigantesco portero de Fluminense que vivió opacado por Barbosa primero y Gilmar después y que, para no operarse una lesión en el dedo meñique, decidió amputárselo él mismo, componen las historias del libro, entre tantas otras. Y para no dejar inconclusa la historia de Castilho, vale la pena apuntar que ya entrando a los 60 y destruido psicológicamente por los problemas en su matrimonio, miró hacia abajo, desde la terraza de su apartamento ubicado en un séptimo piso y se lanzó al vacío porque, como decía Vinicius, el amor -hacia la vida en su caso personal- es eterno mientras dura.