30 años sin Funes

Opinión de Nicolás Sampero sobre Juan Gilberto Funes.

Nicolás Samper

Columnista Futbolred

Foto: A. particular

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11 de enero 2022 , 01:18 p. m.

Luis Alberto Landaburu salió a llevarse lo que fuera. Landaburu era el famoso arquero del Atlético Bucaramanga, capaz de ser figurón a pesar de que a su equipo le hicieran cinco goles y que, para quedarse en la capital de Santander, los hinchas del club organizaron una rifa para poder adquirir el dinero con el que se compraría su pase. Y esa noche en el Alfonso López, Landaburu sabía que su única alternativa era atropellar como un camión esa mancha azul que se iba agigantando mientras más se acercaba a él.

Y en efecto salió a pulverizar a su rival. Entonces le tiró el carro corporal con fuerza, necesaria para poder tumbar a semejante bisonte, pero su truco -de lo más lógico, además-, no surtió efecto porque Funes lo sorprendió. La idea inicial del arquero sobre la dualidad de anular balón o jugador se fue al traste porque en el instante que el portero salió de su área a buscarlo, Funes le tiró un sombrero. Entonces, desesperado, Landaburu se fue directo a hacerle un tackle de rugby pero fue abrazar un tractor con la velocidad de un fórmula 1. Funes, con la pelota en el aire y a pesar del obstáculo que significaba la infracción del arquero para perfilarse, metió el derechazo y la pelota entró en picabarra, con el arco vacío. Un golazo extraordinario.


Así era Juan Gilberto Funes. Un bulldozer físico al que lo acompañaba un gran sentido de ubicación dentro del área y gran virtuosismo para patear con extrema fortaleza el balón, sin importar el perfil, porque se cansó de marcar tanto de izquierda como de derecha. Ni hablar de cabeza, donde era letal. Capaz de hacer genialidades como aquella noche en Bucaramanga, también a veces se aprovechó de las circunstancias para hacer de las suyas: imposible olvidar la noche de octogonal de 1985 en la que bajó una pelota con la mano para fusilar a Roberto Fernández, arquero del Cali.


No pudo ser campeón en Colombia, lo que magnifica mucho más su figura, porque no es sencillo crear idolatría sin vueltas olímpicas y Funes -así como varios integrantes de aquel Millonarios de esos tiempos- lo pudieron hacer. Esa explosión -y la inolvidable sociedad con otro monstruo como Marcelo Trobbiani- lo llevaron a River, donde fue leyenda también.


En el magnífico libro “Maradona: el pibe, el rebelde, el Dios” de Guillem Balagué, el español cuenta en un capítulo -tomando a Funes como narrador- el último aliento de vida de Funes al lado de Maradona:


Una noche soñé con un Mercedes rojo. Y por alguna razón tenía la urgente necesidad de contárselo a Diego. No éramos grandes amigos, pero lo íbamos a ser. Era él con quien quería hablar, no me preguntéis por qué. Era un 11 de enero caluroso de 1992. Ahí estaba él, a mi lado, el Diego de la gente, y yo postrado (...) el Mercedes, el Mercedes rojo del sueño.


-Me lo voy a comprar, Diego.


-Quedate tranquilo, Juan, que yo ya hablé con unos amigos de una agencia y te lo reservaron. Quedate tranquilo, Juan.


Yo respiraba cada vez más lentamente. Tenía agarrada la calurosa mano de Diego, él me veía cerrar los ojos y no sabía qué hacer. Le oí gritar en la distancia, mientras oscurecía. Él llamaba a una enfermera y yo me iba tras el Mercedes rojo.


Justo ahí, morí.


Hoy se conmemoran 30 años de esa escena.

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