Opinión

0 (cero)

El triste presente del FC Barcelona y la inexplicable filosofía de Koeman, un alumno de Cruyff.

14 de septiembre 2021, 05:30 p. m.
Esa cifra termina siendo un símbolo: fue el número de ocasiones que el Barcelona disparó a la portería del Bayern Múnich en el juego que perdió en este inicio de la Champions League, uno de esos arranques que convocan innumerables colillas en el suelo y pasos erráticos ante un porvenir que se imagina, por ahora, sombrío.

Y ese cero –como decía Goyeneche “solo, como un cero, solo”– determina ciertos instantes de decadencias que cada club vive en algún momento de su vida. Lo que pasa es que no siempre el podio es para el mismo, más allá de la época que haya marcado y en este caso, la costumbre que dejó en la cabeza el Barcelona como un ente arrasador, hoy dista mucho de la realidad.
Empequeñecido por cuenta de las decisiones de los que usan corbata, fuman tabaco y se sientan detrás de los escritorios, hoy el club catalán vive su propio deja vú, ese que en algún momento su primer gran instante de grandeza real con aquella maravillosa tropa que desde el banquillo comandaba Johan Cruyff y que, a través del misilazo de Koeman que dejó desairado a Pagliuca, creó un estilo inherente a la identidad de una institución que por lo general y desde el arribo de Cruyff como futbolista, se esmeró en conservar.

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Ese ciclo culminó abruptamente con aquella inesperada caída en Atenas frente al Milan de Capello (fue 4-0 en contra con una noche imposible de igualar de Savicevic) y desde ahí, más allá del cambio de nombres en el banco y de la caída de refuerzos de toda índole, el estilo era un asunto que era prioridad. Porque, aunque Bobby Robson jugaba diferente, el estilo de ir al frente de Barcelona no se acabó: ese equipazo –que jugaba muy bien, pero defendía esperpénticamente– fue segundo e hizo más de cien goles. Tuvo al mejor Ronaldo en sus filas y más allá de no poder en la liga contra el Real Madrid, alguna cosa quedó, incluso en el ciclo posterior, en el que el cajonero Louis van Gaal –que le fue usurpando el puesto al pobre Robson en silencio y con su libreta en la mano–. El juego lindo se cambió por cierto requerimiento prioritario de la efectividad, pero aquel vínculo con el Ajax (con el que van Gaal había ganado la Champions) no se deshizo del todo.
Pero en medio de vueltas y vueltas de pronto el Barcelona se fijó que ya no estaba haciendo lo mismo que en aquellos años en los que el sol alumbraba desde su costado: los fichajes llegaban casi que random (por ejemplo, en el arco, antes de pensar que Víctor Valdés podía ayudar en algo, en especial en la idea de sacar el equipo desde atrás con un pase limpio sin necesidad de reventarla llamaron a Dutruel, Bonano y Rustu entre tantos otros) se le fue el camión a la cuneta.
Pensamientos de Champions en los que pasar la primera ronda era el objetivo y pelear un cupo a Europa League un hito, el club dejó ver sus peores ojos con campañas plagadas de refuerzos clase B y con entrenadores no tan exigentes ni tan cercanos a la base ideológica que le abrió el cielo al Barcelona.
Hoy parece ocurrir lo mismo: es el Barcelona antes de Rijkaard. Lo que llama la atención es que, si nos remitimos a la teoría del ADN, de la manera de jugar y de plantarse en el campo, llama la atención que Ronald Koeman, uno de los más estilizados y rudos defensores que sabía el valor de saber jugar y que contaba con la veta Cruyff en teoría, lo haya puesto a jugar tan mal desde que asumió, hasta la tarde en la que el Camp Nou no pudo aplaudir un solo remate a la portería adversaria.
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