Opinión

Cerrar la boca

Opinión de Jenny Gámez sobre figuras de título de Junior de Barranquilla en Liga Betplay.

Jenny Gámez Foto: Casa Editorial El Tiempo


15 de diciembre 2023, 09:37 a. m.
Debería ser el octavo pecado capital pero extrañamente hay quienes lo ven como una virtud. Nació en esta era de las redes sociales y es, irremediablemente, un peligro: hablar de más.
Todos los días se llena Internet de gente que dijo lo que no quería, que pensó lo que no correspondía, que entendió lo que no le decían, que se perdió en una batalla contra su propia lengua. Ya no hay derecho al arrepentimiento porque, una y otra vez, la palabra se vuelve en contra y regresa a la boca del protagonista aunque pasen años: no hay perdón ni olvido.

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Por eso es tan importante reivindicar ahora la virtud que tienen algunos, muy pocos, de saber callar. ¡Cuántas guerras -de sofá, la mayoría- se evitarían!
Esa debe ser, a la hora de las virtudes, la que mejor define a dos nuevos campeones de Colombia: Carlos Bacca y Arturo Reyes.
Al cuarto máximo anotador de la historia de este país les faltó poco para retirarlo a la fuerza, le gritaron viejo y ex jugador y hasta un médico le dijo que tenía una "lesión irreversible", que lo sacaría de las canchas con efecto inmediato. En ese momento no dijo ni una palabra: "me refugié en mi familia, en mi fe", explicaba el autor de 18 goles en el semestre, el capitán y faro del barco juniorista que llegó a puerto con la décima estrella, el "irreversible".
Cuando al final habló Bacca fue para referirse a su madre, fallecida hace un par de años, a quien le prometió el botín de oro y el título. Y le cumplió. Si algo pidió fue lo más simple: "espero que se disculpe el doctor". Por haber revelado su historia clínica sin autorización pudo incluso demandar al especialista, pero eligió reivindicar el derecho del agresor a arrepentirse de hablar más de la cuenta, todo un acto de generosidad.
En esa misma línea, el técnico Arturo Reyes lo padeció todo sin chistar; inexperto, inseguro, terco, limitado, agrandado, bruto... ¡qué no le dijeron!
Y cuando llegó su momento, frente al micrófono como entrenador campeón de Colombia con su amado Junior de Barranquilla, prefirió el elogio a otros y para él se guardó un único sentimiento: "alivio". Pudo ser revancha, sería lo más humano y hasta lo justo porque fue él quien convirtió un grupo sin confianza y maltratado en una familia y después en un campeón, pero no se dejó tentar.
En una de muchas entrevistas posteriores a la coronación reveló que él y su familia decidieron callar al punto de ni siquiera ir a un estadio juntos, para evitar las ofensas de aquellos que no dominan el monstruo que habita en sus propias bocas. El derecho a la felicidad de uno coartado por el derecho a la expresión de otro... Los vicios de la democracia.
Lo cierto es que ya nadie quiere ser dueño de su silencio, que todos eligen ser esclavos de sus palabras y que en ese camino ni notan que se vuelan, todos los días, los límites mínimos de respeto. A ellos vaya como regalo navideño el silencio de los campeones, su dominio de la vanidad y la siempre notable virtud de aprender, algún día, a cerrar la boca.
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