Opinión
Pasión postiza
Nicolás Samper condena la decisión de Alianza Petrolera y Cortuluá de cambiar de ciudad y nombre.
Por:
Nicolás Samper
17 de enero 2024, 01:22 a. m.
Alianza Petrolera seguirá existiendo, al menos para mí, igual que Cortuluá; es como Qatar escrito con la letra Q, que es la única manera en la que yo, en mi terquedad, concibo que se escribe este país y no con la antipática imposición de la RAE que habla de Catar. Catar es sentarse a tomar vino y después de diez copas de diferentes cepas, darse cuenta que el vino sabe a vino. Pero digo que Alianza Petrolera y Cortuluá no dejarán de existir para mí. Los clubes que, de ahora en más, van a jugar en Valledupar y Palmira y cuyas nuevas razones sociales serán Alianza FC e Internacional de Palmira, tendrán el mismo valor que, en mi terquedad, cuenta la regla ortográfica de que en español Qatar se escribe con C.
Porque en el recuerdo estará ese club que en el 2013, con su camiseta y uniforme similar al de Peñarol le ganó a Millonarios en una tarde fría de domingo 1-2 (goles de Serrano y Rangel, si es que la memoria sigue funcionando bien) y pensaré que en el fútbol colombiano parece ser una maldición vestirse de negro y oro a bastones en su camiseta, porque en definitiva ese uniforme no cala con nuestra conocida gama cromatica de clubes. Lo digo porque el pobre Sporting de Barranquilla, que vistió prendas similares a las de Alianza Petrolera, terminó desapareciendo luego de una fugaz reaparición a finales de los años ochenta.
Pensaré en aquellos nombres que ilusionaron a una afición que tuvo que ver cómo el club tuvo como sedes a Floridablanca, Guarne y Barrancabermeja en este tránsito previo a Valledupar. Ricardo Jerez, el arquero guatemalteco que casi siempre salía figura; Felipe Aguilar, defensa con clase que alcanzó a ser Selección Colombia; o el ya citado Rangel, que le dio bastantes alegrías al club; Juan David Ríos, el volante que marca y saca su equipo, igual que Rafael Carrascal; Ayron Del Valle, goleador irredento en medio del calor sofocante del Daniel Villa Zapata, misma tarea que llevaron a cabo César Arias y Pablo Bueno; José Luis Chunga volando de palo a palo para buscar algo más que un decoroso undécimo puesto… La lista podría y debería continuar, pero esta columna tampoco pretende ser un directorio telefónico. Eso sí no se puede dejar de recitar el nombre del escurridizo Angulo o del paciente Grazzini, arquero suplente de marras, igual que el pobre Serrano, que desapareció después de cometer un par de errores crasos en sus primeros partidos como profesional.
Lo mismo me pasa con el Tuluá. ¿Cómo explicarle a un hincha del Inter de Palmira que el primer partido que le televisaron al Tuluá, ese equipo que fue, pero que ya no es, en su escenario habitual, el 12 de octubre, terminó siendo derrota 1-6 ante Cali? ¿Cómo hacerle entender al fanático que se encontrará con este extraño trasplante, que, cuando era el equipo del corazón del Valle, clasificó a una Libertadores y jugó ante River Plate, América de México y Talleres de Córdoba? ¿O que era imposible conseguir un mejor peinado que el de la ‘Moña’ Galvis en la portería del equipo? ¿Cómo se hace para transfundir esos recuerdos y esas pasiones?
No. Es imposible. Y Triste, porque aquellos que gozaron con el equipo de Huber Bodhert que estuvo a punto de meterse a la final del primer semestre del anterior torneo, saben que esas historias jamás regresarán. O que alguna vez el Tuluá le dio por hacer su propia versión de ‘Dream Team’ uniendo a Rafael Dudamel, Andrés Mosquera, Rubiel Quintana, Hamilton Ricard, Víctor Bonilla y que a pesar de ese combo, calidoso pero envejecido, se fueron a segunda división?
Los hinchas enterraron su única esperanza. No porque ellos lo quisieran; porque las decisiones de los dueños del fútbol no saben (y no entienden) de pasiones.
Pobres fanáticos de Alianza Petrolera y Tuluá, incapaces de renunciar a un dogma del que hoy están presos: ser hincha de algo que ya no existe más. No hay manera de apostatar. Juan Villoro, escritor mexicano e hincha del Necaxa, que debió resignarse a que su club se fuera del DF para hacer las veces de local en la lejana Aguascalientes, dijo alguna vez con la sabiduría que se adquiere a partir del dolor: “Antes apoyaba al Necaxa con el corazón; ahora sólo lo apoyo con la memoria”.