Jhon Jader hace ruido por donde pasa. Claro, es que el talento y él decidieron estrechar una relación desde siempre. También su carácter temperamental ayuda a que sus actuaciones estén lejos de pasar inadvertidas, como en Inglaterra, lugar en el que cierta intemperancia natural lo puso en un lugar a veces más visible de lo que él mismo quisiera.
Luego, la tentación del dinero. La explosión futbolística en Aston Villa lo condujo a hacer dudar a Villa Park si el hiperpresente goleador inglés Ollie Watkins, uno de los grandes ídolos de las graderías, debería esperar en el banquillo por obra y gracia del colombiano estelar y centelleante y de inmediato el mercado de pases lo ubicó en el primer lugar de las preferencias: se habló de Chelsea y de West Ham, dispuestos a pagar lo que fuera necesario por el atacante que celebra sus goles con aquel maravilloso juego infantil del mimo que pasa su mano por la cara para mostrarse primero serio y después sonriente. Toda una declaración de principios y un testimonio de lo que significa su propio temperamento.
Se fue entonces al fútbol árabe y con el contrato que le ofrecieron, era imposible decir que no. ¿Quién, en su sano juicio, habría rechazado la potente millonada que pusieron sobre su mesa los dueños del dinero en el fútbol de hoy, que no son más que los jeques, aburridos de colonizar en otros países y conscientes de que es mejor fortalecer su propia liga creando equipos de ensueño? Cualquiera firma dos veces ante los números del contrato: 110 millones de euros por cinco años. No hay mejor manera para decirle adiós al hambre, al menos la física. De la deportiva podemos hablar después. Y ante esa cifra, la mayoría de problemas que aparecen pasado mañana, se resolvieron hoy, a los 21 años. ¿Nadie quisiera evitar parte de los inconvenientes habituales que nos da el día a día y que nos seguirá dando hasta el día que los billetes dejen de valer mientras se desciende al nicho o en el momento que se activa el fogón de cremación? Cualquiera.
Pero no por estar en ese paraíso siempre las cosas salen bien: sufrió una expulsión que hizo sacar de quicio a Cristiano Ronaldo. Y no debe ser divertido ganarse el reproche de un tipo que en su vitrina tiene cinco balones de oro y que, aparte de haber curado el hambre física que lo fortaleció en la dura niñez en Funchal, sigue levantándose con ganas de tragarse el mundo. Con Cristiano no vale fallar.
Después, el asunto de su noviazgo y de querer vivir en Bahrein, porque no puede estar en unión libre con su novia en Arabia Saudita con el trote que eso implica y sumarle que en el último juego del Al Nassr contra el Esteghal de Teherán, válido por la Copa de Campeones asiática, se devoró cuatro opciones de gol increíbles que despertaron esas críticas que no conoció tanto en Inglaterra, más allá de alguna pequeña locura juzgada en alguna breve.
El crack lo tiene todo, pero algo falta; probablemente alguien que lo mime, pero que también sea su contención. Un Alberto Suárez o un Unai Emery, dos hombres que dieron fieras batallas para defender al elegido y que siempre lo arroparon con su escudo para comprender a un incomprendido; Un Suárez o un Emery que saben darle el jalón de orejas conveniente y aleccionador, cuando las olas, externas y propias, amenazan con devorarlo.
En medio de tanta abundancia, esa casilla es la única que está vacía en el hoy de Durán.