En Argentina hicieron un ejercicio fantástico, digno de imitar. Hicieron una encuesta sobre cuáles habían sido los mejores remoquetes en la historia de su fútbol y, a partir de las votaciones y comentarios que llegaron, decidieron hacer una formación ideal a partir de aquellos motes que tuvieron mayor acogida. El resultado fue simplemente maravilloso.
En la portería ubicaron, por gran mayoría a Carlos Ángel Roa. Arquero con pasado en Racing y Lanús (los hinchas de Santa Fe lo recuerdan por aquella magistral actuación que tuvo en la final de la Copa Conmebol 96 en El Campín) que fue llamado popularmente como “Lechuga”. Aquel calificativo llegó después de que Roa fue con Racing en 1990 a una gira de amistosos del club por Sudáfrica. Roa, integrante de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, decidió no vacunarse -por temas religiosos- contra el paludismo y fue tan de malas que lo contrajo. Su recuperación fue muy compleja: bajó varios kilos de peso, sufría de escalofríos que no cesaban y su cuerpo bañado en sudor aguantaba los embates de la enfermedad. Por supuesto que la recuperación del arquero, que ocho años después se transformaría en héroe con la selección de su país al atajarle una pena máxima a David Batty en la definición por penales ante Inglaterra en octavos, fue larga y tortuosa.
Sus compañeros, que estuvieron presentes durante todo el proceso, se dieron cuenta de que el arquero, al integrarse de nuevo a los trabajos de campo, tomó una coloración de piel verdosa, medio insana, muy enfermiza. Entre ellos se pusieron de acuerdo y Roa -por ese tiempo suplente de Sergio Goycochea en la Academia- desde ese día fue bautizado como “Lechuga”. De los mejores apodos de la historia.
Y claro, la formación sigue y está un colombiano en las filas de este once ideal: el “Almanaque” González no podía quedarse por fuera. Obvio: nadie mejor que él para llevarse tamaña distinción. Sus padres, en un generoso acto, decidieron bautizarlo con un nombre que pondría en graves aprietos a un notario, a un encuestador de censo o a la empresa que expide los recibos públicos. Se llama Effmamjjasond, porque, y para darle un diferencial, sus progenitores lo bautizaron con la primera letra de cada uno de los doce meses del año.
Y ni hablar del gran Carlos Núñez, uruguayo que anduvo por Racing pero que por su fanatismo por visitar cuantos lugares nocturnos se encuentren en cualquier ciudad, llevó el apelativo de “Discoteca”. Su hermano, también jugador, lo llamaban “Matiné”.
Y la lista sigue: “Satanás” Páez -mítico zaguero que pegaba hasta por sospecha y que hizo una dupla inolvidable con otro rústico como Mauro Laspada en el Olimpo que dirigió Julio Falcioni- Danilo Gerlo, apodado “Paco” para hacer el juego de palabras correspondiente con su apellido, aunque sin duda el mejor de todos es el del lateral derecho de Belgrano de Córdoba de comienzos de los años noventa. Disciplinado, sin ser un dechado técnico, le rindió para ser un permanente titular de su club. Alguna vez, cuando su remoquete ya era muy popular, Víctor Brizuela, un referente del periodismo argentino y nacido en Córdoba, dijo de él cuando evaluó su rendimiento que, aquella noche, no tenía muchas luces. Brizuela comentó: “Flores está jugando como su apodo”.
Claro, es que a Flores le decían “El Culo”, por la extraviada belleza de su cara.
¿En Colombia podríamos animarnos a hacer una formación ideal así? Propongo algunos nombres. Osvaldo “La sombra” Durán, arquero de Nacional, Once Caldas y otros clubes más; Amado “Gandhi” Rodríguez, escurridizo puntero que trasegó por Nacional, Pereira, Bucaramanga y Sporting; Guillermo “Manimal” Cortés, atacante de Huila, Bucaramanga y Once Caldas; Jorge “Supernumerario” Ambuila, que ocupó hasta seis puestos en su carrera deportiva; Rigoberto “Memuerde” García, que era bravucón y peleador, "Pañales" Correa, joven y blanco como cualquier diaper…
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