Después de que Iván Ramiro Córdoba revelara la semana pasada que fue víctima de un veto y que Eduardo Lara, entrenador de la Selección Colombia hace unos años, lo confirmara, agregando que él hizo la labor de que esa inusual prohibición fuera levantada, resulta terrible pensar en que aquellos que manejan los poderes del fútbol, desde el sector que sea, eran ciegos, malos o estúpidos. O las tres, de acuerdo a este episodio.
Porque no se puede conspirar de semejante manera en contra de los intereses de su propio negocio, si es que lo queremos ver únicamente desde ese prisma: imposible encontrar un futbolista más competitivo que Córdoba a lo largo de los años en un fútbol irregular y de chispazos como el nuestro. Junto a Falcao García y Mario Yepes, cuesta recordar un nombre de algún jugador con tamaña vigencia y que siempre, hasta el día de su adiós, tuvo un nivel que iba de bueno hacia arriba y en clubes de altísima exigencia: tanto en Atlético Nacional y San Lorenzo de Almagro -donde jugó entre otras de lateral izquierdo, con defensa de cuatro y con defensa de tres, sin despeinarse ni decir que tan difícil cambiar de esquemas- como en el Inter de Milán, lugar en el que pudo desplegar sus mejores años. Con su presencia en la zaga, cualquier equipo dormía en paz. Más merecimientos para estar en un seleccionado, imposible.
Con un zaguero así, era posible pensar en mejores resultados, en mayor categoría, en mayor preocupación para los adversarios. Y una presencia así puede acercar los caminos a la victoria, a poder clasificar a algo y que eso, en consecuencia, trajera más dinero a las arcas y se hicieran mejores negocios. Pero no. Salgamos con cualquier cosa porque ¿Qué importa?
Entonces, a pesar de su calidad, muchos dirigentes tomaron aquella cumbre de jugadores en el previo contra Chile, en las Eliminatorias hacia el 2006 -donde además Reinaldo Rueda, técnico en esos tiempos de la Tricolor, accedió a que aquel cónclave se hiciera- como un atentado a sus propios intereses. Claro, los referentes de esa Selección tenían en mente crear una asociación de futbolistas para mejorar las condiciones laborales de TODOS los jugadores profesionales de Colombia. No tanto de ellos -Córdoba para ese entonces ya estaba más allá del bien y del mal en cuanto a prestigio y economía- pero el número 2 entendía que podría lograr un camino más justo a favor de los profesionales del futuro, ya que era necesaria la edificación de un lugar que defendiera a los futbolistas de tantos abusos, tanta desidia, tanta inutilidad de generaciones de directivos que trataron a sus máximos activos -los jugadores, lógico- como mulas a las que podían poner en una nevera si se quejaban porque llevaban seis meses sin recibir sueldo, echarlos porque consideraban que no jugaban bien con la famosa figura del “licenciamiento”, dejarlos inermes y expuestos a no poder contar con una pensión -hay que preguntarles a Willington Ortiz y Fernando ‘Pecoso’ Castro, entre tantos otros, sobre tantas semanas de cotización que nunca aparecieron en los sistemas porque sus clubes nunca pagaron los aportes legales- y aún peor: importarles un comino la integridad de sus profesionales al no afiliarlos al sistema de salud.
Ese fue el varillazo que se dio Córdoba: meter el pecho por los demás y la dirigencia, feliz de vetar, de prohibir, de esclavizar, de hacer lo que les diera la gana sin importarles nada ni nadie, actuando históricamente sin dios ni ley, decidió quitarlo del camino de manera indigna. A Jaime el ‘Flaco’ Rodríguez le pasó igual en los años setenta: pasó de ser titular indiscutido de Colombia a ni siquiera ser convocado por cuenta de su idea de crear una agremiación de jugadores.
Y si nos ponemos a pensar en que, a pesar de contar con los merecimientos suficientes para ser titular en Francia 98, decidieron ubicar en su lugar al ‘Chaca’ Palacios, pues habría que pedirle disculpas eternas, más allá de que su lucha personal, al final valió la pena.