Hay 7874 kilómetros entre el Museo del Prado en Madrid y el estadio Fatorda de Margao en la India. En el primero se exhibe la obra maestra del pintor Diego Velázquez, aplaudida y reversionada en todo el mundo. En el segundo se acaba de retratar la escena más bella de la historia de las selecciones Colombia.
En el centro de la pintura, la infanta Margarita, hija de Felipe IV y Mariana de Austria (quienes se ven reflejados en un espejo, observando fuera de la escena a la verdadera protagonista). En el centro del campo de la cancha de Goa, toda la corte de herederas: un grupo de muchachitas dando clase de valor, profesionalismo y compromiso. El momento capturado es un poema: la portera Luisa Agudelo -a quien habría que hacerle su propia escultura- acaba de atajar el último penal de la serie e instala a Colombia, por primera vez en la historia de todas las categorías y ramas, en la final de una Copa del Mundo de la FIFA. Venas brotadas, brazos extendidos, puños apretados, ojos cerrados. En una esquina de la imagen, llora su capitana, la infanta Linda, heredera al trono del fútbol femenino mundial. Acurrucada, con el pecho sobre uno de sus muslos y los brazos descolgados; con la cabeza tan cerca del césped y el corazón tan cerca del cielo. Lo que no han logrado sus rivales, lo hizo la emoción de un instante tatuado para siempre en su alma.
En el cuadro de Velázquez, hay gente que parece mirar a los ojos al espectador, como queriendo decir más de lo que se ve. En este equipo de fútbol, también. Lo que ha logrado este grupo de adolescentes no necesita palabras para amplificar el volumen del reclamo justo que desde hace tantos años viene haciendo el fútbol femenino en nuestro país. Aquí tampoco se gritó, como cuando en el primer partido de la Copa América las jugadoras colombianas alzaron sus brazos como astas y cerraron el puño como una bandera mientras entonaban el himno nacional.
Quizá lo más asombroso de la obra del artista sevillano es que logra pintar el aire. Alguna vez le preguntaron a Salvador Dalí que se llevaría del Museo si este se incendiara: “El aire y específicamente el aire contenido en Las Meninas de Velázquez, que es el aire de mejor calidad que existe”. Y es que a veces hay aire donde no parece. Las futbolistas colombianas encontraron la fórmula para respirar aun dentro de una pintura, para brillar aun en medio de promesas incumplidas – como la liga del segundo semestre en 2022 que nunca llegó- y declaraciones que asfixian su lucha, como la del presidente de la Federación Colombiana de Fútbol, Ramón Jesurún, quien cuando fue consultado por incentivos económicos para este plantel, respondió: “los premios solo se dan a futbolistas profesionales. Ellas son unas muchachas amateurs”. (Luego cedieron ante la reacción del país futbolero, maquillaron el tema y dieron reversa al terrible manejo que le estaban dando). Son esos mismos que no aparecerán viendo a las protagonistas por el reflejo del espejo – como los reyes del cuadro- sino que posarán e inflarán el pecho con un aire que no les toca.
Este aire es de ellas. Porque han logrado hacer respirar al fútbol colombiano que ya empezaba a perder los colores. Porque el grito de todo un país es gracias a sus pulmones, a su talento y a su lucha. Menina es, en el sentido clásico de la expresión, una adolescente noble que entraba al palacio a servir a la realeza. Hasta hoy. En esta nueva versión, la llegada a la casa real es para sentarse en el trono mientras ofrecen la magia de sus pies y la brillantez de sus mentes; para ponerse la corona mientras cantan reguetón y bailan salsa choke. Y que la pinten como quieran.