Brazos arriba y muñecas juntas. Simulando estar esposado, ingresa al camerino arropado por una tremenda ovación.
Efraín Juárez pasó en tres meses del casi anonimato al protagonismo absoluto en el fútbol colombiano. De ser rechazado por buena parte de la hinchada de Atlético Nacional (dada su nula experiencia como entrenador principal en equipos profesionales) a convertirse en una especie de mártir, de símbolo de la resistencia a la persecución que siente padecer hoy el club antioqueño.
Y claro, futbolísticamente hay mejoría en su equipo, y con la plantilla que tiene es uno de los principales candidatos al título de Liga este semestre en Colombia (además de estar ya instalado en la final de la Copa). Pero el cariño del que goza ahora tiene más que ver con lo que ha sucedido del otro lado de la línea de cal en la última semana.
Hace cinco días su conferencia de prensa tras el partido de vuelta de la semifinal de Copa ante Independiente Medellín fue interrumpida por la Policía. Juárez fue detenido y recibió un comparendo por ‘incitación a la violencia’. Su celebración eufórica hacia la tribuna de occidental fue interpretada como una provocación a los hinchas del equipo rival que allí se encontraban y que en algunos casos ingresaron al campo a agredir a los protagonistas. El entrenador mexicano explicó que no pretendía molestar a nadie, y que más bien estaba celebrando con los dirigentes de Atlético Nacional que se encontraban en un palco de esa misma tribuna.
Un par de días después la Inspección de Policía de Medellín le impuso –en primera instancia- una sanción de tres años sin poder entrar al estadio. Un castigo igual de severo, por ejemplo, al que recibió el hincha del Deportes Tolima que ingresó al terreno de juego y agredió físicamente a Daniel Cataño. La sola comparación de lo que hizo uno y otro carece completamente de sentido.
Al no estar todavía en firme la sanción (y siendo susceptible de caerse por el alboroto que causó), el director técnico pudo estar en el banco de Nacional para el primer partido de cuadrangulares ante Independiente Santa Fe. Cuando su equipo marcó el primer gol, Juárez volvió a celebrar con la exaltación que habitualmente lo posee, miró un par de segundos hacia el banco del rival y eso desató la furia de Elvis Perlaza. El entrenador fue expulsado y abandonó el campo de juego simulando estar esposado, como hiciera Mourinho en un partido del Inter de Milán en 2010.
Una detención en público, tres años de sanción y una expulsión ¿En realidad es para tanto? El fútbol colombiano vive un momento de absoluta confusión en todo sentido. Todo invertido, todo desordenado. Aquí pasan cosas realmente graves dentro y fuera de la cancha sin consecuencias coherentes. Y ahora, un entrenador que celebra con euforia, pero sin siquiera hacer un gesto realmente obsceno, es castigado con tal rudeza. Así como somos de blanditos para sancionar a los que son en serio violentos, somos de susceptibles para armar dramas dignos de telenovela.