No es culpa de Iron Maiden

Opinión de Nicolás Samper sobre la reprogramación de Santa Fe vs. Millonarios. 

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26 de noviembre 2024 , 06:59 a. m.

Por allá en 1988 se dio uno de los sucesos que cambió profundamente la dinámica del espectáculo en el país. Es que Colombia, para esos tiempos, era un país tapado con su propia ruana, con pocas intenciones de mirar hacia el exterior y que se conformaba simplemente con lo que daba la tierra.

Mientras que llegaban muy a lo lejos, noticias como el mítico concierto de The Cure en la cancha de Ferrocarril Oeste o la llegada de toda suerte de bandas internacionales a Santiago, Río de Janeiro, Sao Paulo, Caracas y Ciudad de México, a Colombia si acaso se utilizaba por las bandas como escala para dirigirse a otro lugar.

Pero en septiembre de aquel 88 el 17 de septiembre, luego de la unión de esfuerzos de empresarios del espectáculo y la alcaldía de Bogotá se utiliza por primera vez el Estadio Nemesio Camacho El Campín para un uso distinto al de los partidos de fútbol: se escenificó entonces el Concierto de Conciertos que trajo consigo un variopinto cartel en el que no reñían Timbiriche, Miguel Mateos, Toreros Muertos, Los Prisioneros o Yordano.

La fiesta duró mientras el fútbol regresó porque aquel recital, que hace parte de la mitología bogotana, terminó el domingo 18 a las 6 de la mañana, unas pocas horas antes de que Millonarios y Quindío saltaran al gramado a las 3:30 p.m. Por supuesto que, más allá de los esfuerzos para poder tener listo el escenario para el encuentro, clave en el torneo porque Quindío estaba peleando su permanencia entre los ocho mejores y Millonarios, que quería seguir liderando la tabla de posiciones.

El duelo terminó con triunfo azul 1-0 con un golazo de cabeza de Juan Carlos “Nene” Díaz que venció a Carlos Prono, pero las críticas ácidas de la prensa deportiva -y con razón- porque el césped había quedado destrozado y la basura del concierto se podía divisar en las tribunas.

Desde esos tiempos hasta hoy han cambiado las cosas: ya las bandas de otros lugares encontraron que Colombia, en efecto, es una plaza muy buena y así el Campín ha recibido toda suerte de recitales, desde conciertos de salsa multitudinarios, hasta Gun´s & Roses y Paul McCartney entre tantos.

Por estos días de nuevo la controversia apareció por cuenta del concierto de Iron Maiden el domingo 24 de noviembre, hecho que determinó el aplazamiento del clásico Santa Fe-Millonarios, programado además con anterioridad en un día atípico para esta clase de confrontaciones: el calendario lo tenía enmarcado el lunes 25 pero el desmonte de la parafernalia necesaria para llevar a cabo el toque obligó a tal aplazamiento.

Hace rato que los clubes delatan su propia ineficiencia: salvo el Cali, el resto simplemente está tranquilo, sabiendo que puede contar con el escenario de su ciudad para jugar fútbol y no se han puesto a reflexionar sobre la idea de edificar su propio estadio de fútbol. Nadie pide un Maracaná ni mucho menos: en Santiago de Chile, por ejemplo, los clubes cuentan con su propio hogar, generalmente estadios inferiores en capacidad a 18 mil espectadores que les sirven para la mayoría del calendario.

Si necesitan más aforo, se van al Estadio Nacional. En Argentina cada club cuenta con casa propia, hasta los más modestos. Pero en Colombia ninguno parece contar con aspiraciones de hacerse a un sitio para no depender de nadie.

Y ahí radica, entre otras, uno de los grandes inconvenientes de nuestro fútbol: las pocas ganas de trascender, de hacerse más fuerte. Y de ser independientes de cualquier toma de decisiones sobre el uso del estadio que, hay que decirlo, define su parrilla de conciertos con tal anticipación que resulta ridículo que después haya pataleos por cuenta de la falta de cupo para jugar fútbol.

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