Pocos delanteros como él, a quien las críticas le han caído más fuerte de lo que merecía -al menos en lo que a mí respecta-. Porque puede ser 9 fijo, pero también actúa como segundo delantero. Su capacidad para abrir espacios es definitiva. En Junior, por ejemplo, volvió a ser el que alguna vez despuntó por Barranquilla FC, después de haberse dado un paseo por Venezuela, lugar en el que le tocó bailar en medio de los avatares de la B.
No se quedó en el molde y pudo ganar su propia batalla contra la incredulidad siendo goleador y yéndose al fútbol de Bélgica, liga menor en Europa pero trampolín necesario para todo lo que vendría después. Porque lo que hizo en Sevilla fue para aplaudir sin detenerse un segundo. En Sevilla, el lugar más parecido a Barranquilla de España -por el temperamento festivo y amable de su gente, por la bonhomía y el cariño-, no pudo existir un mejor lugar en el mundo para él. Imposible olvidar aquel partido que se jugó contra el Real Madrid en el Sánchez Pizjuán y que fue un poco la venganza de un espantoso 7-3 padecido en el Bernabéu -donde Bacca también anotó uno-. Ese día Carlos se mandó dos pepas gigantes que dejaron en el piso al equipo que todos quieren vencer. Y él lo pudo hacer. Un doblete al Madrid es cosa que pocos podrán contarle a los nietos.
Ahí su socio era el multiusos Rakitic -que a pesar de su talento quieren sacarse de encima en Barcelona ni idea por qué- capaz de pararse como 10 o como 8 si era necesario. E incluso de 5, si es que la situación lo ameritaba, el croata, más allá de lo retrasado que estuviera ubicado en cancha, trataba siempre de filtrarle aunque fuera un baloncito a Bacca porque sabía que alguna embocaba.
Luego la Copa Uefa ante el impronunciable Dnipro Dnipropetrovsk, donde su reflejo goleador -hizo el gol que valió el título- se vio súbitamente opacado por cuenta de la explosión en la cara de la dirigencia mundial del FIFAgate y su paso al Milan, lugar en el que más allá de hacer goles le tocó estar con un DT incomprensible como Vincenzo Montella, un exgoleador capaz de convertir a un delantero en lo mismo que él: un exgoleador.
En la Copa América verlo fue poesía: en el encajonado y coqueto estadio Monumental de Santiago él fue el que se dio cuenta de que el insoportable Neymar, de pura bronca, le metía un taponazo de rabia a Pablo Armero; y cuando se aproximaba para ubicar los puntos sobre las íes, fue testigo del cabezazo que el delantero brasileño le metió a Jeison Murillo y no pudo más. Lanzó a Neymar por los aires de un empujón que a mí también me hubiera gustado darle a un delantero que esa noche terminó convertido en una caricatura de sí mismo.
Hizo varios goles con Colombia, recordando mucho su exitosa sociedad con James en La Paz -una cancha que le sienta bien porque allí anotó su primer gol con la nacional en un amistoso en el que Bréiner Castillo nos salvó las siete vidas del gato- y su brillante tarde ante Ecuador en Barranquilla.
Hoy Bacca habla de que le faltaron oportunidades con la Selección. Yo no creo tanto su versión. Seguro será un berrinche de cuarentena. Cuando le pase la calentura revisará y se dará cuenta de que fue importante, más de lo que él mismo cree, en la mejor selección nacional que se haya integrado en la historia.