Hay silencios escandalosos. Porque aunque para la física, el término implica la ausencia total de vibraciones que puede percibir el oído humano, la ciencia ha demostrado que el cerebro lo capta, lo reconoce... ¡Cuánto más entonces el corazón!
Durante ocho temporadas, Juan Guillermo Cuadrado fue melodía en Turín. Su juego era una banda sonora viva, improvisada, vibrante, como un solo de jazz: impredecible, alegre, libre. Y en cada corrida, en cada enganche, en cada centro al área, componía algo que solo los grandes intérpretes logran: emoción genuina.
Pero un día, la música se detuvo sin aviso.
“Por redes sociales me di cuenta que no iban a contar más conmigo. Ni una llamada después de estar tantos años en el equipo”, dijo Cuadrado, ya lejos del Juventus Stadium, con esa tristeza serena que tienen los músicos cuando les apagan el micrófono sin previo anuncio. No hubo canción final, ni un último compás dedicado a quien tocó el alma del equipo durante casi una década.
En Juventus, Cuadrado no solo ganó títulos: cinco Scudettos cuatro Copas Italia, dos Supercopas. También sobrevivió a la partitura cambiante de entrenadores como Allegri, Sarri, Pirlo, y volvió a adaptarse cuando la dirección orquestal regresó al primero. Lo pusieron de extremo, de carrilero, de lateral, de interno. En su perfil y en el contarrio. Y él, como buen músico de sesión, nunca desafinó. Tocaba donde lo necesitaban. Y tocaba bien.
Era el intérprete invisible de muchas sinfonías. Nunca fue el primer violín, pero sin él la armonía se caía. Cuando otros perdían el ritmo, Cuadrado aparecía con su paso ágil, con su tranco largo, con su nota aguda y punzante. Si Juventus fue una orquesta ganadora en su época dorada, él fue uno de sus arreglistas secretos. Y sin embargo, cuando llegó el momento del adiós, solo hubo frío silencio.
Quizá Juventus algún día repare ese silencio, descubriendo que, aunque todo jugador es susceptible de ser reemplazado, la verdadera grandeza no se concibe sin agradecimiento. Porque cuando un músico así se va, lo mínimo que se espera es un cierre digno. Una ovación. Un “gracias” sostenido en do mayor.
Pero esta vez, la banda calló. Y el silencio –indecente- fue el más ruidoso de todos.