A cinco horas en avión de Sidney, con diferencia horaria y todo, y así y todo las tribunas volvieron a pintarse de amarillo, esta vez para el duelo Colombia vs Marruecos, que cerraba el grupo H del Mundial Femenino 2023.
No éramos tantos, pero éramos muchos. Ruidosos como solo nosotros sabemos. Locales, otra vez, a 14.000 kilómetros de distancia. Lo lindo es que eran Linda, Leicy, Catalinas, Danielas, el equipo sensación del Mundial, las que convocaban a decenas de australianos que fueron al estadio con sus niños a "verlas jugar", decían.
"Colombia, Colombia, Colombia", gritaban y bailaban porque para eso llevaron los tambores, que no pararon nunca. "Vamos, vamos Colombia, que esta noche"... porque cayó la noche pronto en este invierno y el viento helado se iba ganando el protagonismo. Hacían la ola no para la televisión sino para la supervivencia: a falta de aguapanela en esta lejanía, la única opción era saltar.
"El que no salta es Morroco", gritaban en la esquina los dueños de las banderas, que aguantaban armados de un poncho para no tapar la camiseta amarilla. Del pelo del Pibe, de los sobreros vueltiaos, de las banderas pintadas en la cara se alimentaba la transmisión local.
La hinchada colombiana ya es una marca registrada en territorio australiano. Más allá del resultado, el coro se va volviendo himno. Lo que sobra es buena vibra a la distancia para el equipo nacional.
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