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Se sufre su imagen. Alejandro Domínguez, presidente de Conmebol, su vano intento de mostrar una autoridad que no logra superar los muros de su elegante oficina en Asunción; sus frases vacías –“el fútbol no es lo que se vivió, esa es una enfermedad que hay que erradicar”-; su mirada perdida entre las órdenes de Infantino de jugar la final sí o sí; su frustrada foto copera, sonriente, tan bien peinado; su pesada impotencia.
¿A quién le habla? ¿Al ‘Caverna’ que se embolsa las 300 entradas para armar una batalla entre sus desenfrenados subalternos? ¿A los descerebrados que pactan la emboscada ‘al ‘micro de los p… bosteros’ a 800 metros de la entrada del Monumental? ¿A los periodistas, que tanto parecen agradarle?
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A nadie, al final. Y eso pasa porque más allá de su inocua disertación tendría que domar primero a los presidentes de Boca y River, quienes al grito de ¡Traidor! se esconden tras los abogados para batirse, ellos sí a muerte, en su propia vendetta.
Son ellos, sus actos y no sus discursos, los que ponen en evidencia el leitmotiv de este insufrible River vs. Boca: el fondo es una herida abierta que deliberadamente se obliga a sangrar y que alimenta, desde los protagonistas, lo que en sus toldas se llama justicia y en el mundo se llama vergüenza.
Boca lleva tres años, desde la imbecilidad de sus propios hinchas y los gases lacrimógenos en La Bombonera, masticando la amargura de saber que pagó en absoluta soledad la exclusión de aquella Copa Libertadores y que abonó con su dolor el camino al título de River Plate en 2015. No se olvidaron nunca y por eso, desde el mismísimo interior del bus, mientras afuera los gases lacrimógenos sazonaban el caos, vieron caminar hacia ellos la silueta de la venganza: ¡se les fue la vida en no dejarla ir!
El eterno rencor de Tévez; Nández, en modo gorila, golpeando las puertas, Abila, Benedetto y Pérez -con su ojo irritado- todos muy varones insultando a los oficiales de Conmebol pero con la facha correcta de víctimas cuando se encendían las cámaras. Tévez decía que era Gallardo el inteligente, cuánta falsa modestia.
Fue una escena de odio en la que River y su torpeza sirvieron de combustible para disparar las llamas. ¡Y apenas ahora lo descubren! Les quedan pocas y rústicas armas para responder y entonces hablan de traición y deslealtad y exigen, como si estuvieran en posición de hacerlo, que se juegue en Argentina... todo para no aceptar que tendieron la red y se enredaron en ella.
La vendetta llegará hasta el TAS porque ya no se trata de ganar la Copa sino de impedir que el enemigo lo haga. No es justicia, es revancha. No vale nada que no sea la cabeza del oponente.
Al inocente Domínguez, que tira el filete sangriento a las fieras esperando que lo devoren con cubiertos, y a los tarados que lanzaron piedras o gases –o ambos-, les queda el papel de espectadores. Nunca ha tenido que ver el fútbol con ellos, a nadie le importan sus estúpidas peleas, menos aún sus ridículas causas. Son los idiotas útiles que convirtieron ‘la final del mundo’ en ‘el gran fiasco de la historia’. No faltará el ‘pelotudo’ –como dirían los argentinos- que a esta hora lo siga celebrando…