El valor de un penal, por Nicolás Samper C.
Columna de opinión sobre la polémica en el PSG francés.
Por:
Redacción Futbolred
26 de septiembre 2017, 12:45 p. m.
Sería hermoso jugar por estos días contra el París Saint Germain y de defensa central porque la tentación de generar un huracán estaría en nuestras manos. O mejor dicho, en nuestros pies. Porque en nuestra propia torpeza estaría el nudo de una de las historias más tragicómicas que ha generado esa explosión de billetes alrededor del fútbol y que, junto con el maldito VAR, quieren quitarle esa ya extraviada inocencia.
Y digo que sería hermoso de verdad enfrentar a ese caldero anímico en el que está convertido el club más nuevo rico del que se tenga noticia y que le ha arrebatado con mérito ese extraño honor al Manchester City. Porque sería muy tentador darle una patadita o agarrarle la camiseta a uno de los parisinos para que árbitro pitara un penal. Claro, en nuestra contra, lo que resultaría ser un desastre. Sin embargo y qué paradoja, la responsabilidad anímica de ese momento de poner la pelota en el punto blanco desataría tantos nervios que, no me animo a asegurarlo pero podría ser, sería más factible que el cobrador del PSG fallara en su intento de derrotar nuestra portería.
Porque empezaría otra discusión ¿Quién va a ser el encargado de patearlo? Y ahí los 11 futbolistas del PSG y su DT Unai Emery entrarían en un marco tan tensionante como en el que cualquiera ingresa cuando el tío que tiene malos tragos encontró al mesero que reparte whisky y le dio una generosa propina para que lo surta de amarillo durante toda la noche. Porque Neymar y Cavani, en medio de ese frío de las situaciones incómodas que no se quita con ningún abrigo estarían bajo la tormenta. Uno, el brasileño,entendiendo que él es el único que debe patear lo que sea porque vale más que toda la plantilla. No le bastó eso, ni que Pastore le cediera el número de la camiseta: él quiere todo. Cavani, que le tocó lidiar con Ibrahimovic, entiende que hoy es su momento y está ofendido porque el jeque dueño del club quiso convencerlo a punta de plata -el único lenguaje en el que habla un tipo de estos- para que no, para que otra vez esté en una posición secundaria y para que no dispare desde el punto blanco.
Y cuando cualquiera de los dos ponga el balón en el punto blanco sabrá que si lo falla será probablemente su última vez ahí frente al portero que agranda los brazos y da saltitos frente suyo. Porque habrá perdido -de fallarlo- su propia pelea de egos. Y si lo mete, habrá que ver cómo lo celebran: con la rabia del que nunca debió perder ese privilegio, como Cavani, o con la sobradez del que se siente superior al resto hasta pateando penales, como Neymar.
Yo, de zaguero, haría la falta, única y exclusivamente con el fin de ver esa novela triste y vacía entre un par de figuras de barro. Y para recordarle al mundo que antes no pasaba eso: que un penal lo pateaba el que mejor lo hiciera, el que ordenaba el técnico o el que no estuviera nervioso. Ya esa época parece lejana: los tiempos de Davor Suker controlando sus pulsaciones en el Mundial del 98 para rematar una pena máxima frente a Rumania por lo que significaría eso para su país ya se fueron. O la valentía de Djukic que, al ver que ninguno de sus compañeros se animaba a patear, asumió la situación de patear un penal que le podía dar por primera vez un título al humilde Deportivo La Coruña. Y lo falló e igual es héroe porque la gente, los hinchas supieron que tuvo arrojo, personalidad, vergüenza y hombría para poner el hombro en un instante límite.
No. Ya el penal es cosa de egos. Y de plata.