Opinión

Vidas a salvo, por Nicolás Samper C.

Columna de opinión sobre una de las curiosidades del fútbol.

26 de octubre 2017, 03:04 a. m.
Estaba en el comedor del ancianato en el que vivía después de una larga vida dedicada a la medicina. De hecho el hombre vivió un mal remate de su carrera por una cantidad de experimentos non sanctos para buena parte de la comunidad médica en pos de buscar la manera de detener la epidemia del VIH a partir de la inoculación de la malaria en las víctimas. Su hijo además lo acusó de fraude porque el invento que lo llevó a la fama supuestamente no fue ideado por él. ¡Su propio hijo! Fue entonces cuando alguna compañera de geriátrico se puso pálida y apenas balbuceaba. Y esa puede ser una imagen no tan infrecuente en un lugar así, en el que a veces el pensamiento de todos es estar más cerca de la muerte.
La persona no daba respuestas de nada. Ahí el hombre ya con 96 años encima se puso de pie, detrás de Patty Ris, puso las manos, cerradas como el diálogo de ese comedor, y estiró el pulgar para poder hacer una presión efectiva. En ese instante empujó el abdomen de la mujer, para ese momento de tono violeta en su piel, tratando de encontrar una solución para que el oxígeno volviera a su curso natural. El plato abandonado de Patty tenía una hamburguesa servida a medio comer, con dos mordiscos apenas.
Era claro que no se trataba de un ACV, un paro cardíaco: un trozo de comida estaba enviando a Patty Ris a ver la luz. Henry de nuevo hizo la misma maniobra y empujó con fuerza y precisión: hubo una tos, un gran suspiro y un pedazo de hamburguesa en el suelo. 44 años después de que Henry Heimlich ensayara la maniobra para detener un episodio de asfixia por atragantamiento con perros anestesiados -hecho que en su momento también fue duramente controvertido- a él le tocó poner en práctica su invento. Fue la única vez que lo hizo en un caso de emergencia y con un ser humano y le salió muy bien, como tantas otras maniobras que sacaron del top 10 de muertes en Estados Unidos la asfixia por atragantamiento, triste manera de morir y que para 1972 era un problema de salud en los Estados Unidos.
Henry se levantó y siguió almorzando, feliz porque pudo extender la vida de alguien más. Poco tiempo después Heimlich moriría en el mismo hogar de retiro con la certeza de que, fuera o no su invento, se había ido del mundo salvando por una vez y de manera comprobada por él mismo, una vida, así las estadísticas le adjudicaran cerca de 100.000 casos resueltos satisfactoriamente con su invento.
Francis Koné, de 26 años, oriundo de Costa de Marfil, profesión futbolista, apenas acompañado por las palabras de su madre que le decía que cuando él pudiera ayudar a alguien no debía huir sino quedarse hasta poder encontrar una solución a las cosas, sin tener idea de cómo hacer primeros auxilios y apenas llevado por las ráfagas inquebrantables de su propio instinto, le ha salvado la vida a cuatro colegas de profesión que cayeron inconscientes por un golpe accidental en la cabeza y que estuvieron a punto de tragarse la lengua por el impacto. Ganó el premio “The Best” al juego limpio por su última hazaña: darle un respiro de vida a Martin Berkovec, un arquero adversario que estuvo cerca de devorar su propia lengua, caído en la cancha tras sufrir un durísimo impacto que lo dejó sin sentido.
Afortunados Berkovec y Patty Tis. Y aún más afortunados Heimlich y Koné porque dieron sentido a su propia vida gracias a las de aquellos que parecían irse frente a ellos.
Reciba noticias de FutbolRed desde Google News

EN LA JUGADA

Más...