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Puedo irme de luna de miel, de viaje de vacaciones, de escapada a cualquier sitio y siempre, pero siempre, lo primero que hago es ver el fixture del fútbol para saber si alcanzo a estar presente, aunque sea por una vez, en un estadio o sentado, observando juicioso, algún par de equipos anodinos que nunca se enterarán de mi presencia en las gradas. Nunca cambiaré esa condición. El día que me muera terminará ese ritual que el dólar a veces hace que se aplace, pero que siempre está en mi mente.
Y, claro, no faltan los amigos que entienden esto como una psicopatía o algo así. ¿Para qué ver a Jaguares? ¿Qué sentido tiene perder una tarde de domingo gastada en un duelo de local de Patriotas? ¿Y Getafe, qué tal? Y así siguen las preguntas de quienes no entienden -y los comprendo- esa pequeña y linda obsesión que hace que me levante con esperanza todos los días: con la esperanza de ir a un lugar nuevo a ver fútbol.
Hay otras cosas que sí francamente me aburren de algo que tanto amo; es que yo digo, el fútbol en sí mismo es hermoso, pero la sociedad terminó corrompiendo ese tesoro tan especial, convirtiéndolo en un circo de pacotilla en casi todos los países donde se disputa.
Por eso detesto la idea de la cacareada Superliga de Florentino. Me gusta el reto que ahora se impone sobre la FIFA -hoy víctima y tantas veces victimario- y ese extraño descontrol que le surgió a Infantino y a UEFA en torno al control unánime sobre los clubes. La consecuencia en cambio, me asquea: los futbolistas, los implicados en todo esto no les han preguntado ni siquiera si se les da la gana disputar otro campeonato más de los 200 mil que copan la agenda. Que ellos jueguen, qué importa el costo. Un día se inventan un supermundial y dejan a todo el mundo plantado.
La MLS tampoco la aguanto: un torneo sin descensos ya es simplemente un arrebato a la razón: es la posibilidad de tener un club de privilegiados que saben que si no llevan corbata al club, hay un sacrificado mesero que se las puede prestar. Tal vez, y eso lo veré el día que me someta a la tentación, es la única liga que poco y nada me mueve el piso. Sí, que Messi está allá; sí, que para los futbolistas colombianos es un magnífico lugar… todo lo entiendo pero un vaso de babas me produce más sabor en la boca que un duelo Orlando City-Nashville.
Sumemos otro campeonato a la vista: el mundial de clubes: una cantidad de invitados, partidos decididamente aburridos (y lo digo yo, fervoroso asistente de varios partidos de la segunda división colombiana, que no es un dechado de virtudes técnicas, sino todo lo contrario) llaves y partidos para definir el quinto puesto, entre otros delirios, suelen ser mucho ripio con poco contenido. Ni hablar de la idea de revivir la Intercontinental, que será como un mundial de clubes marca abidas o Mike. ¡Semejante torneo hermoso que era ese!
Y atrás no se queda otro campeonato del que su desarrollo resulta poco menos que inadvertido para esta vida que ha sido capaz de derrochar tiempo viendo un Ferrocarril Oeste-Independiente Rivadavia pero que pensaría más de una vez a la hora de sintonizar el TV para ver la liga saudí. Kanté, Neymar, Cristiano Ronaldo, Benzema, Mahrez, Mané y otros nombres tratan de engalanar una liga completamente desangelada hasta para los aficionados locales: uno ve esas imágenes y ni la sombra es capaz de ocupar las sillas vacías de teatros lujosos y llenos de famosos actores, pero que no saben de mística.
Mientras voy a ver el especial de Francella en TyC este 24 -un rito más importante que la cena navideña- les deseo a todos ustedes, lectores pacientes, fanáticos y transitorios, una feliz navidad.