En este portal utilizamos datos de navegación / cookies propias y de
terceros para gestionar el portal, elaborar información estadística,
optimizar la funcionalidad del sitio y mostrar publicidad relacionada
con sus preferencias a través del análisis de la navegación. Si continúa
navegando, usted estará aceptando esta utilización. Puede conocer cómo
deshabilitarlas u obtener más información
aquí
Jenny Gámez recortada finalFoto: Jenny Gámez recortada final
Por:
Redacción Futbolred
27 de agosto 2018, 03:03 p. m.
Ojalá fuera sólo cuestión de gustos. Ojalá la continuidad de José Pékerman al frente de la Selección Colombia se redujera a que el equipo atacó o no contra Inglaterra, que sobraba o no Edwin Cardona en la lista a Rusia, que si esconde o no al equipo de los hinchas más de la cuenta o que si se espera hasta el último día para entregar las convocatorias.
Sería tan simple como llegar a un par de acuerdos en una reunión de no más de una hora, con un café de por medio, para hacer un par de ajustes en las agendas de unos y otros y ya. Asunto resuelto para pasar a lo importante, a hablar de la renovación de la nómina que pierde, por efectos normales de edad y experiencia, a buena parte de la base que hizo del ciclo Pékerman el más exitoso de la historia de Colombia, por mucho.
[]
Pero no. Resulta que no es tan sencillo. La discusión bajo la mesa pasa por la pérdida de poder de varios de los gamonales del fútbol colombiano –que no son exclusivos de la política-; por los intereses económicos de empresarios que en el pasado ponían y quitaban jugadores en las convocatorias con la misma conveniencia que hoy le endilgan, sin pruebas, a Pascual Lezcano; por los intereses de algunos de volver a tener la información privilegiada que les dio el status que aún conservan y, al final, por una cuestión plana y llana de plata, que es lo que produce, en generosas cantidades, una Selección Colombia de fútbol.
A nadie importa aquí lo que en realidad debería discutirse: los resultados. No pesa que en el ciclo Pékerman el equipo nacional haya pasado de un puñado de talentosos que arañaban victorias esporádicas, a un grupo de profesionales convencidos hasta la médula de que tienen el legítimo derecho de aspirar a lo más grande. No se atreverán los críticos a hablar de que el techo en anteriores administraciones eran los cuartos de final de una Copa América, mientras que ahora, desde la última semifinal en la cita del Centenario, el siguiente escalón tenía que ser el título (no vamos a entrar a discutir el 2001, que fue de locales y con mínima presencia de las potencias del área). No hablamos del comprobado prestigio que ganó el equipo, en el que la noticia ya no fue la vida nocturna de sus genios sino su capacidad para competir en todos los escenarios y al más alto nivel.
Mejor decir que no hay renovación (que sí la hay, mienten los que la niegan), que la Selección está lejos de la gente (que no lo está y la prueba es la altísima popularidad de Pékerman y los suyos), que hubo miedo de vencer a Inglaterra en Rusia (puedo decir, porque me consta, que jamás vi al DT dando la orden de refugiarse y que ni un solo jugador sacó al pierna hasta el final de la tanda de penaltis, donde perdimos porque es fútbol, nada más) y otra larga lista de verdades a medias.
La realidad es que los huérfanos de poder luchan, usando todas sus armas, para recuperarlo y que seguramente ganarán el pulso. Una pena. En vez de hablar de fútbol hoy decidimos el futuro del equipo que representa al país sobre los egoístas intereses de quienes se sienten más importantes que los futbolistas a quienes, dicho sea de paso, nadie consulta, nadie pregunta, nadie respeta. ¡Y ellos son la Selección!
Que habría que compartir más de la experiencia con juveniles de Pékerman, que se necesita trabajar más y mejor las bases y la fundamentación con ciclos de trabajo en el país para sembrar la semilla del cambio a futuro, cuando el argentino decida irse, cierto. Que la prueba de que se puede hacer son Gareca y Reinaldo Rueda en Perú y Chile, una verdad indiscutible. Que la gente quiere estar más cerca de sus ídolos y debería ser posible integrar agendas para propiciar esos espacios, bueno.
Pero que la solución es traer a un DT que se siente más importante que los propios futbolistas y los somete a su capricho táctico sólo porque tiene pasaporte colombiano, eso es irrespetuoso, necio y equivocado. Colombia perdió a su mejor opción de técnico nacional cuando dejó pasar –en otro jueguito de poder- a Reinaldo Rueda y eso es irremediable.
Ahora el cambio, si es que insisten en esa obsesión y deciden darle la espalda a los resultados, tiene que ir hacia adelante, hacia mantener el lugar de privilegio que se ganó con Pékerman en estos seis años. No hay que inventar un retroceso a la república bananera sino crecer, progresar sin el lastre de quienes no soportan el vacío de poder. Será un anhelo inocente, casi ingenuo, imposible frente al tamaño de la mafia que viene de regreso con sus aires de falsa defensa del interés nacional. Corren vientos helados. Todo indica que ya viene el vendaval.