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Es el día de la boda. La boda del siglo: la gente se cuela para verla, va a estar hasta Shakira. Y ahí está él, juagado en sudor y con el mismo traje. Respetuoso de las cábalas, siente en el fondo que ese saco negro y esa camisa vinotinto algo tendrán que ver con que la vida le esté sonriendo ¿Por qué habría de cambiar si con este mismo estilo ha podido llegar hasta el altar y está a solo minutos de besar la boca de la gloria?
Pero no. Aquella noche miamense ella, la gloria, lo dejó plantado. Y lo hizo de la manera más cruel posible. Paseándose delante de él abrazada de otro. Uno que, al fin y al cabo, ya la conocía, la había sabido conquistar y la había desposado en un templo mayor, un templo Mundial.
Han pasado ya nueve meses desde aquella noche de lágrimas y el equipo de Néstor Lorenzo parece incapaz de levantarse. Apagado en un rincón, derrochando rápido los ahorros afectivos que había construido con el invicto de 26 partidos – que a la larga no le sirvieron de nada-. Incapaz de reparar lo que esa noche se estropeó.
Colombia pasó de ser finalista de Copa América y estar peleando por el liderato de la eliminatoria a tener, en este momento, el último tiquete al Mundial (y eso porque se ampliaron los cupos y aquí clasifica casi que hasta el que no quiere ir). Aquel pecho inflado y lleno de orgullo por las victorias ante España, Alemania, Brasil y Argentina, hoy parece tener problemas para respirar.
Son tres derrotas consecutivas (algo que no pasaba desde hace diecisiete años) y cuatro caídas en los últimos cinco partidos. Son nueve goles en contra en los últimos siete juegos (recibiendo anotaciones en seis de ellos).
Y el vestido sigue siendo el mismo, como el de aquella novia plantada en el Muelle de San Blas que pierde la cordura y se queda, con la misma ropa, esperando que algún día el mar le devuelva su dicha. A pesar de que los vientos soplan en otra dirección, Lorenzo se ha resistido a tocar su tripulación, la misma que viene luchando por apenas mantenerse a flote desde la Copa América. Dándole la espalda en sus convocatorias a buenas alternativas para su plan de juego y en sus alineaciones a algunas soluciones que incluso tiene a disposición.
Como el empanicado capitán de un barco que va directo hacia un iceberg, Lorenzo otra vez parece tener las manos congeladas para un timonazo a tiempo. Tal como sucedió en la final de la Copa América, los cambios tardíos cuando la Selección se ha quedado sin gasolina, están llevando a Colombia al colapso en los momentos definitivos. Ante Brasil, por ejemplo, el primer cambio por convicción fue al ¡MINUTO 87! Bastante después del tiempo en el que equipo empezó a dar señales de necesitar un salvavidas desde el banco.
Lorenzo pudo anoche llevar este buque a aguas más tranquilas. Una victoria ante Brasil habría sido un oasis en el mar. Incluso el empate habría permitido una gestión diferente. Pero su timidez y temor, su poca disposición a arriesgar, lo terminaron arrastrando a una corriente todavía más turbulenta.
Hay que cambiar de traje. Porque a este se lo están comiendo los cangrejos, se está descomponiendo, y el olor que destila solo hace que la gloria se aleje más y más.