Opinión

El adiós a Piripi y Bola

Dos golpes al fútbol colombiano en solo diez días. Así los recuerda Nicolás Samper.

08 de abril 2025, 12:30 a. m.
Diez días de diferencia entre partida y partida son un golpe muy fuerte. La mandíbula del más duro se vuelve de cristal ante la andanada de puños que empezó a meter la parca, que decidió sentarse a hacer una visita muy larga por nuestras tierras y caerle a tipos queridos y que siempre serán recordados por su manera de jugar.

Primero fue Armando Osma. Contó alguna vez a Hernán Peláez en el famoso ciclo llamado “Café Caracol” que ese sonoro remoquete cayó sobre sus hombros desde que era un niño y soñaba con parecerse al payaso Piripipí, aquel que salía en televisión. Una vez Osma, en la infancia, se metió en el rol y se disfrazó de payaso y un vecino lo bautizó con el apodo del famoso clown, sin embargo al pasar los años el mote empezó a mutar hasta convertirse en Piripi.
Tantas camisetas y tantos goles. Con el Cali y el Once Caldas siempre marcó. En el verde logró formar una maravillosa sociedad con el Pibe Valderrama y Bernardo Redín en el fantástico Deportivo Cali de 1985, y ni qué decir en aquel Bucaramanga de Humberto ‘Tucho’ Ortiz, dueño de un merecido tercer lugar en el campeonato de 1990. Entre él y el inolvidable Kiko Barrios sometían defensas a punta de empellones y cabezazos. En el Tolima tuvo que remar contra la corriente y a pesar de esas circunstancias absolutamente adversas -es que el Tolima no era el club de hoy; era un conjunto modestísimo, ocupante habitual de los últimos lugares de la tabla- marcó muchos goles. Se juntó con el paraguayo Doldán para tratar de formar una especie de resistencia estéril que se hizo manifiesta con aquel descenso de los tolimenses en 1993.
En Millonarios fue banca de Iguarán -muy complejo quitarle el sitio a un ídolo de la institución- y aún así los pequeños ratos que pisó la cancha, se dio mañas para anotar, siendo el tanto más recordado, uno en la primera fecha del cuadrangular 1994 frente a Nacional, en un agónico triunfo 3-2. Tuluá fue su última estancia y en los banquillos su hábitat fue Ecuador, lugar en el que falleció.
Y con esa muerte todavía fresca, apareció la noticia del fallecimiento de Jorge Bolaño, heredero de una familia muy futbolera y tal vez un futbolista infravalorado en su propio país. ¿Motivo? Difícil explicarlo. Tal vez porque quedó metido en medio de una generación que no consiguió consolidar una historia mundialista constante -a pesar de que él participó en la Copa del Mundo 1998-, tal vez porque se fue a Europa durante una década y no a equipos top (Parma, que empezó a desinflarse por esos años con la caída del imperio Tanzi,, Sampdoria, Lecce y Módena). Tal vez porque remató su carrera en el Cúcuta, otro club modesto en la historia de nuestro fútbol y no en el Junior, el club que lo formó y que lo transformó en una gran figura. Difícil entender qué pasó ahí. Lo cierto es que hoy, em medio del estupor, nombres fantásticos como los de Fabio Cannavaro y Gian Luigi Buffon (campeones del Mundo con Italia en el 2006 y compañeros de Bolaño en el club parmesano), lo recordaron y homenajearon como pocos. Y tal vez ahí, varios se dieron cuenta de la importancia del hombre que había partido al descomponerse en una piñata familiar.
Como mediocampista la rompía: tipo con pundonor en el campo, y con muy buena técnica individual, Bolaño se destacó con el Junior de camiseta Reebok y con su peinado particular. Jugador de gran entrega y valentía que lo condujo a aquella selección Colombia de magnífico arranque y caída sorpresiva ante Chile en la Copa América de 1999 con Javier Álvarez.
Tanto a Piripi como a Bolaño les falló el corazón y, de paso, nos dejaron nuestro corazón sumido en la tristeza, en el dolor de quien los vio en la tribuna y los disfrutó sin importar su camiseta.
Paz para ellos y mucha fortaleza para sus familias.
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