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Despedida de Jenny Gámez a Carlos Queiroz en la Selección Colombia.

Jenny Gámez

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Foto: Filiberto Pinzón

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03 de diciembre 2020 , 12:00 p. m.

Pasaron 14 días. No duelen más los rumores de trompadas en los camerinos, no se habla ya de su desconcierto, sus salidas en falso, su cabeza caliente en los peores momentos, sus rumores de peleas directas con los jugadores minutos antes de las debacles contra Uruguay y Ecuador. Supo esperar lo suficiente para no salir envuelto en llamas, como correspondía, y eso habla bien de su experiencia abortando proyectos. Por fin se fue.

Es una noticia que no por esperada es menos feliz. Se va, señor Queiroz, como llegó, sin saber mucho del país, del idioma, de la eliminatoria a Qatar 2022 -dirá que es la más difícil del mundo, pero eso lo sabía antes de firmar-, sin aportar más que falsas expectativas.

Se lleva el pergamino de su proyecto sin una sola arruga, así tal cual como lo trajo, debidamente empacado en su equipaje, con el equipo que usted quería, el que a usted le convencía, el estilo suyo, su modo, su sello. No hubo manera de hacerle una anotación dependiente de alguna característica de un jugador de este lado del trópico, un doblez, un cambio mínimo: vino a Suramérica a enseñarles a jugar 'al estilo europeo' a un grupo de muchachos millonarios que llevan décadas haciendo historia allá.

Una anotación sí debería hacer después de esta árida experiencia. Algo, más o menos, como... 'no caeré de nuevo en la tentación de creer que un entrenador está por encima de ningún futbolista, no lo hicieron ni Mourinho ni Guardiola no lo iba a hacer yo; entenderé que dependo de ellos, no ellos de mí; aprenderé que cuando los suramericanos triunfan en Europa no es porque aprenden a jugar a lo que juegan miles de muchachitos allá (correr-centrar-correr) sino porque imponen la picardía, la magia y sí, también la pausa que se llevan de acá en su ADN'.

​Pasaron dos años y es discreta, por decirlo menos, su herencia: un microciclo de arqueros que descubrió a Camilo Vargas como suplente de Ospina -vaya, vaya-, un defensor (Lucumí) al que nunca le dio más que viáticos a la Selección, un central venido a lateral que supo usar y luego desechar (Tesillo), un chico que habla mejor en inglés que en español con usted y que acabó siendo muy reemplazable (Alzate), un atacante que tiró al olvido (Roger Martínez) y poco más. No hay anotaciones importantes en su libreta. Todos los demás, los Lerma, Mina, Dávinson, Duván, Muriel, Morelos, Medina, hasta su tan valorado Luis Díaz como extremo, ya habían sido previamente descubiertos. No fue su mérito.

En cambio sí en el camino se cargó a un referente al que le vendió que podía ser hasta arquero y luego no hizo más que confundirlo (Cuadrado); descubrió la peor versión del único hombre distinto que tiene en su nómina (James); aprendió que a Falcao no se le convoca solo por su prestigio, que es mucho; quiso pasar por encima de un Ospina, un Barrios, un grupo base que tiene hasta dos Mundiales encima, tiró a la guerra a Luis Suárez, a Orejuela, a Mojica y otros chicos que a esta hora no saben bien qué hicieron mal, si lo que hicieron fue caso. Y en esa ruta usted se prendió fuego. No va a posar de víctima ahora.

Para completar la desdicha deja un grupo herido, desconocido, sin confianza, que no sabe bien si arreglar sus diferencias y su desconcierto a trompadas o en clases de meditación, un equipo perdido como nunca antes.

Justo ahora que en la lista de candidatos ya no está Reinaldo Rueda (nunca sabremos si fue suya o de un in titiritero mayor la idea de esperar a que Chile lo ratificara), que asoman los Osorio y los Gallardo con las mismas malas sensaciones que daba usted antes de llegar, hoy que no queda un solo nombre que haga pensar en que es posible enderezar el rumbo.

Se lleva sus decisiones incomprensibles, sus apuestas suicidas, sus inocuas intenciones de congraciarse con todos los que le sonreían y aplaudían su firma, mientras en otros escenarios se jugaban sus propios partidos: al menos ahora sabe de dónde venía la desconfianza de sus antecesores. Ojalá pudiera llevarse también a esos que nunca aportaron una sola idea, que no permitieron que llegaran nuevos talentos, que cerraron puertas en vez de abrirlas y que seguramente seguirán viviendo como Reyes, antes y después de usted. Obrigado, Mister. Gracias por nada.

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