Resulta que el Barcelona decidió dejar libre a Luis Suárez. El entrenador Ronald Koeman se libra de él justo cuando ese club necesita algo de fuerza interna, de fuego sagrado. Cuando se necesita más que técnica sino fortaleza para sobrepasar las tundas vividas en los últimos tiempos, le abren la puerta de atrás al uruguayo para que agarre sus corotos y se vaya. Decisión extraña, la verdad, más si se tiene en cuenta que prefieren prescindir de Suárez pero confirmar a Nelson Semedo para armar la “gran revolución”.
Sería lindo ser presidente de un club y poder ser caprichoso. Yo me llevaría de una a Suárez. Sin dudarlo. Y armaría un equipo lleno de tipos que van contra todo y contra todos. Como “Los camboyanos”, aquel plantel de San Lorenzo que sin estadio y en la ruina, peleaba contra lo que se le pusiera al frente. Era un equipo de tipos bravísimos pero que unidos en torno a un objetivo fueron capaces de levantar deportivamente una institución que se caía a pedazos. Ahí atajaba un José Luis Chilavert que desde esos años ya era un abonado a las polémicas, Luis Malvárez, lateral uruguayo de los que pegaba sin preguntar y al que le adjudican haber puesto aquel apodo de “camboyanos”, Enrique Hrabina, aquel lateral o central que se ganó a la hinchada de Boca una vez que fue al piso para cortar un centro en velocidad de un rival… ¡con la cabeza!; Blas Giunta, capaz de quitar balones como una especie de Pac-Man, de imponer personalidad con su sola presencia y donde los talentosos tampoco sentían temblor de piernas frente a una patada: Norberto Ortega Sánchez, Armando Husillos, Rubens Navarro. Tipos bravos en serio.
Por eso sería lindo poder hacer un once ideal de esos tipos que, aunque de difícil control, serían un espectáculo en cancha por lo que transmiten. Habría que apelar a una máquina del tiempo, por supuesto, porque no todos están activos: en el arco tendrían que estar Harald Schumacher o José Luis Chilavert. En la defensa sería imposible dejar al lado a Nobby Stiles -que también cabría en la media cancha y que borró a Eusebio en las semifinales del Mundial 66-, Diego Lugano -el estandarte uruguayo de esa selección aguerrida que alcanzó las semifinales del 2010 y que no temía jugar en medio de clásicos en los que el agua hervía en su país, en Turquía o Brasil- y Sergio Ramos, el alma del Real Madrid en las últimas campañas y poco tímido a la hora de atender rivales. Y Franz Beckenbauer también tendría su lugar. Limpio en salida, recio al marcar y al que el dolor no le impidió seguir jugando aquella semifinal del mundial 70 con su brazo salido de lugar ante los italianos. En esa categoría está en el mismo sitial el fallecido José Luis Brown, hombre capaz de ir más allá de sus propias posibilidades futbolísticas y de brindarse por completo a pesar de las heridas de guerra.
En el medio Diego Pablo Simeone, capaz de hacer goles, de avivarse en momentos límite -como cuando se apuró a hacer el saque de banda que generó el segundo gol de Argentina en la final de la Copa América contra México o de hacer salir de casillas al atildado David Beckham en el Mundial del 98-, Genaro Gatusso -un perro de presa con inteligencia absoluta del juego-, David Ginola, el crack francés que le pegaban y era como si no fuera con él -y también sabía defenderse- y Diego Maradona -talento puro pero con temple anímico para aupar a sus compañeros y para con su presencia, amilanar al equipo contrario-.
Adelante Eric Cantoná -¿habrá algo que añadir de la leyenda francesa?- Roberto Cabañas -magnífico para abrir defensas y para sacarles la piedra con los codos- y claro, ahí estaría el cupo de Luis Suárez, sin lugar a dudas.
¿Por qué hay más de 11? Porque sería bueno verlos competir por un lugar.
Con ese equipo -seguro que se me escaparon algunos- se puede ir a la guerra sin una bala y ganarla.