Creían los antiguos egipcios que aquella era la frontera entre un mundo y otro, que cruzando aquel umbral se entraba en otra dimensión.
De un tiempo para acá, cada puerta que abre James Rodríguez sí parece llevarlo a otro mundo. Uno menos brillante y menos competitivo. Escaleras que bajan y no parecen encontrar el momento de volver a empinarse. Y eso tiene mucho que ver con las decisiones de un futbolista bañado en aguas mágicas, bendecido con un talento difícil de comparar en nuestro país, pero que muchas veces eligió mal sus llaves y sus puertas.
Después de una Copa del Mundo espectacular y unas primeras temporadas en Real Madrid en las que –bajo el regazo de Ancelotti- correspondió a la expectativa que nació alrededor de su nombre, el camino se empezó a torcer. Con la llegada de Rafael Benítez y Zinedine Zidane su influencia fue perdiendo color y los reflectores apuntaron a otros rostros en Valdebebas.
Fue cedido al Bayern Munich. Lo esperaba allí Carlo Ancelotti y otra vez un ecosistema amable para volver a brillar. Pero los abuelos no son eternos y el gigante teutón también cambió de mando. En su segundo año allí, James jugó menos, marcó menos y asistió menos. Aun así, el equipo alemán pretendía ejecutar la opción de compra que tenía por el colombiano. Sin embargo, él prefirió volver a Madrid: "Tuvimos una conversación personal y James nos pidió que no ejerciésemos la opción de compra'', dijo el director deportivo Karl-Heinz Rummenigge.
Una puerta que no debió abrir. Mejor hubiera sido para él dejar en la memoria de la afición madrileña sus tres primeras temporadas. La cuarta fue pobrísima y marcó su salida del club para siempre. El siguiente umbral lo llevó a Everton, ya lejos de la mesa grande en la que se sentó en sus dos anteriores equipos. Y allí de nuevo, su sueño (Ancelotti) y su pesadilla (Benítez). James firmó por dos temporadas, pero solo jugó una.
El año que cumplió 30 aterrizó en Catar para fichar con el Al-Rayyan en un fútbol casi amateur. Jugó apenas 16 partidos y luego de un año se fue en medio de los insultos públicos de los hinchas por su pobre participación.
El fútbol es generoso y James, con algo de ahorros en el recuerdo de Europa, encontró un buen lugar para rehabilitarse competitivamente: Olimpiacos, uno de los grandes del fútbol griego. De la mano de Michel (otro Ancelotti en este multiverso), volvió a jugar y a ser figura. Había motivos para pensar que algunos meses más a ese nivel lo pondrían de nuevo en el radar de equipos con más pretensiones en Europa. Pero Michel se fue y una semana después, el colombiano también. A la molestia en el club por su regreso de Selección con molestias físicas (una escena que se repitió en casi todos los clubes por los que pasó), se sumó el desencuentro de esta semana con el técnico interino por sustituirlo en el entretiempo del clásico y la decisión de no presentarse al entrenamiento de ayer.
Aquel James ya no existe. Ha cruzado tantas puertas falsas, ha vivido tantas metamorfosis, que hoy solo queda el recuerdo del auténtico crack que fue. Y para verle en esa dimensión también tendremos que cruzar algunas de esas puertas que nos lleven al pasado, a esos días de gloria.