Fue muy grato poder ver de nuevo fútbol profesional, de primera división, en uno de los estadios más representativos de la ciudad. El Enrique Olaya Herrera salió del olvido, por fin, ya que su función e importancia siempre se fijó en los torneos de fin de año, en los que varios juveniles con ganas de triunfar y veteranos que ya están de vuelta, sazonan cada fin de año con el campeonato aficionado más atractivo del país.
Y era más fácil antes sentir que el Olaya era el oasis necesario para poder paliar la falta de fútbol en días decembrinos. Al menos en mi niñez y adolescencia las cosas funcionaban así: acabado el torneo local, bueno era pegarse el viaje para el sur -yo abordé en varias ocasiones la famosa ruta de busetas “Olaya-Quiroga. Kr 11, 13, 4a”-. y el transporte lo dejaba a uno ahí al lado del policlínico. Solo era caminar dos cuadras para llegar a ese tiempo del fútbol cuyas graderías van de manera contraria a lo que dictaría la lógica de las ubicaciones de sol y sombra, siendo la sombra, la que le da la espalda al occidente y sol, la que le da la cara al occidente: la principal -espero no equivocarme- se edificó hacia al lado sur y hacia el norte -en mis tiempos- había un gigantesco montículo de pasto que hacía las veces de tribuna hechiza.
Los nombres de los clubes que disputan -y disputaban- aquellos campeonatos decembrinos resuenan mi mente: Apuestas Monserrate, Apuestas Conapi-Sonapi, Caterpillar Motor, Seguros La Equidad -sí, para los más jóvenes que hoy van al estadio y se encuentran con los muchachos de Alexis García, ese equipo fue durante años bastión del fútbol amateur- Lácteos Montaña y Fandiño, Nacional de Eléctricos, Centenario, Imprenta Nueva Granada, Fotorres…
Y los futbolistas que allí pasaron: desde Dragoslav Sekularac, pasando por Carlos Valderrama, sin dejar atrás a insignias como el “Caimán” Sánchez, Ernesto Díaz o Jaime Morón y nombres clásicos como los de Lorenzo Nazarith o Abelardo “el Policía” Ramírez… incluso se recuerda hace unos años en los que Dragan Miranovic -quien fuera entrenador de Millonarios, Santa Fe y Junior- se quitó el buzo de DT y se vistió de cortos.
Y el origen de ese campeonato es la sanación de rispideces entre barrios (Olaya y Centenario) que se pelaron por cuenta de la propiedad de la cancha, entonces se reunieron las partes y para suavizar posiciones decidieron -como la gente civilizada- que la cancha podía ser del disfrute de todos, así fue entonces que se inventaron el torneo, denominado “Copa de la amistad del sur” en 1959.
Hablando de lazos y vínculos irrompibles, allí conocí y me hice amigo de un tipo maravilloso y sumamente generoso en un medio que, por lo general, confunde la competitividad con el egoísmo. Los dos éramos los únicos periodistas que llegamos muy temprano al Olaya para inspeccionar cada rincón del lugar la tarde en la que René Higuita, vistiendo los colores del Itagüí-Bajo Cauca, iría al sagrado templo del fútbol amateur en el marco de un encuentro de la segunda división con el entonces llamado a secas Chicó F.C y ahí comenzamos echar carreta de la vida y del fútbol que viene a ser lo mismo.
Ganó Chicó, que por esos tiempos contaba con Anuar Guerrero y Wason Rentería en el ataque. Ahí conseguimos charlar con el gran René y acompañarlo desde que apareció en el bus del equipo, se bajó, se cambió, calentó, saltó al campo y se fue -recuerdo observar aquel encuentro detrás del arco de Higuita, donde incluso hice un par de veces de recogebolas-.
Ya cuando el juego llegó al final vinieron 9-10 periodistas más para hacer el registro de ocasión. Desde ese día nos hicimos muy llaves con Paulo César Cortés. En ese tiempo aparecía los fines de semana en pantalla, con Germán Arango, Diego Guauque y Mauricio Díaz en la sección deportiva de Noticias Uno. Yo era reportero 24/7 de Futbolred.
Y el motivo de la columna era hablar del mítico recinto futbolístico que se ha dado el champú, por estos días, de ser cancha en la que se disputan partidos de primera división y que ha mostrado mucho mejor césped que el de estadios más tradicionales que están ruinosos y pelados. De eso era el texto, pero en medio de la escritura y de pensar en que el Torneo del Olaya se gestó a través de la amistad, también recordé que en ese sitio se generó el encuentro -que ya suma 20 años, en medio de ese cubrimiento del juego Chicó-Itagüí Bajo Cauca- con el gran Paulo César, buen amigo que hoy anda llevando con valentía sus propias luchas en las que no está solo, como en esa tarde en la que los dos nos quedamos charlando y riendo durante horas del fútbol de ayer, mientras que los fantasmas del desocupado Olaya se reunían en silencio para oírnos con atención.