Hay quienes lo dicen como una queja, aludiendo a la falta de chispa, de magia, de ‘flow’. Pero la verdad es que nunca fue tan halagador como ahora para un equipo como Bayern Múnich que lo llamaran ‘máquina’.
Porque eso es el nuevo campeón de Europa. Porque es una valiosísima suma de piezas que jamás desentona, que confía hasta en su debilidad porque sabe que el ‘tornillo’ de al lado lo salvará si se equivoca, que establece su plan y va por él sin dudar, honrando su profesionalismo en cada entrenamiento, en cada partido, en cada instante de su vida personal. Son máquinas, sí. ¡Por eso ganaron la Champions League!
Bayern, el que no baila reguetón en la cancha antes de tiempo, ni cuando hace 8 goles ni cuando marca 3, porque guarda la energía para perder la cabeza solo después de la foto con el trofeo, acaba de pasar por el torneo de clubes más prestigioso del mundo igualando la marca de 11 victorias en la historia que tenía el Barcelona 2002/2003 (otra vez tu fantasma, amigo catalán), con un alucinante promedio de 3,9 goles por partido. Suma 30 partidos sin perder, 21 victorias consecutivas, 43 goles anotados… Se dice tan fácil…
La máquina, además, se da el lujo de opacar el brillo de su máxima estrella en pos de lo que quieren todos, no solo uno, porque ese uno, además, está feliz de no salir en la portada del diario si sabe que un día después lo harán todos, juntos. ¿Cómo puede ser? ¿Acaso no es esta la danza de los talentos, de los individuos, de los ‘lindos’ sobre los obreros? La prueba se llama Robert Lewandowski.
Durante todo este atípico año llevó a los suyos en una campaña que injustamente no reconocerá su esfuerzo: es el primer jugador en la historia que gana el triplete y es máximo goleador en solitario de cada una de ellas (Liga, Copa Champions), con la friolera de 55 goles en sus 46 partidos de la temporada 2019/2020. Casi suena raro que apenas ahora logre su primer título internacional siendo, como es, uno de los mejores del mundo en su posición. Ni Messi ni Cristiano y sus respectivas colecciones de trofeos dorados pueden contar su historia. El fútbol le debe, por correo, por zoom, como sea, su Balón de Oro.
Le faltó marcar en la final contra PSG sí, pero estuvo bien. Porque el polaco y cada uno de los soldados de Flick tenía otra misión además de celebrar: ayudar a los marcadores a contener un par de serios problemas como Neymar y Mbappé. Frenar al enemigo no es nunca tarea de uno solo, es un ‘dolor de muela’ que sienten y que combaten los 11 por igual. Nadie dijo que estaban ahí solo para abrazarse.
Y es que al final de eso vive una máquina que bien se aceita, del esfuerzo de todas las piezas, de la disciplina, la sincronía, la solidaridad. El feliz problema de los comentaristas para elegir la figura de la final de la Champions lo prueba: no hay figuras donde brillan un equipo. El mejor será, como en aquella definición de Lineker del “juego de 11 contra 11 que siempre ganan los alemanes”, una máquina llamada Bayern Múnich, que a esta hora muestra todo su ‘flow’, bañándose en ríos de la mejor cerveza. Porque sí, también para eso son inigualables.